Algunas consideraciones vitales para ejercer el noble oficio de crear experiencias de lectura en niños, jóvenes y adultos.
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No es de sorprendernos que, desde hacía ya tiempo, se viene observando una gran acogida e interesante demanda sobre el fomento a la lectura. Instituciones de renombre, como la ONU, consideran preponderante una situación que beneficie no solo al niño o la población como tal, sino a toda una comunidad.
El libro y la lectura, cada uno por separado, tienen un proceso histórico, pero no desligados en cuanto a mediación de lectura nos referimos. Durante el siglo XVIII, solo eran permitidos para una clase social dominante. En el siglo XIX, pasaron a ser parte de la cotidianidad de la gente adulta, hasta la actualidad donde una gran parte puede acceder a ella. No obstante, aún prevalece un estigma con el que se tiene que aprender a convivir para erradicarlo: solo el niño puede leer libros con dibujo.
Frente a este panorama, se planteó un debate sobre el fin que cumple el libro y la lectura en la sociedad actual. Mientras una parte argumentaba que debía tener un carácter moralizador y práctico, la otra lo simplificaba como un fin recreativo y/o estético. De más está decir que nunca llegó a haber un consenso, pero cada lector es libre de elegir por y para qué lee.
La sociedad se ha encargado de formar lectores de todo tipo, sin embargo, cuando nos referimos a dicho concepto —más que referirnos de una persona que tiene las capacidades y habilidades para hacerlo— también debe tener las aptitudes que permitan socializar y ejecutar la lectura en diversos espacios donde esta no ha podido ser llevada o concretizada.
Aquí se hace presente la figura del mediador de lectura como puente de una problemática, en donde una comunidad, un grupo de individuos o un individuo en particular, cualquiera sea la edad, no ha tenido un acercamiento —y si lo ha tenido, la experiencia no ha sido favorable— con la lectura. El mediador tiene que saber cómo realizar este acercamiento en el que la lectura se vuelva una práctica social indispensable para el quehacer diario.
«[…] cada lector es libre de elegir por y para qué lee.»
La misma pregunta se plantea desde la acogida que han tenido los mediadores de lectura en diversos contextos y — estoy segura— que se seguirá escuchando por mucho tiempo: ¿existe una preparación para ser mediador o mediadora de lectura? La respuesta, aunque no lo creamos, no es tan evidente. Pero, como mencioné anteriormente, hay que tener ciertos criterios, competencias y capacidades para acercar la lectura a distintos espacios y, por supuesto, a distintas personas.
A continuación, te ofrezco, a criterio propio, cuatro consejos básicos que te ayudarán en tu preparación como mediador o mediadora de lectura, no sin antes mencionar que no existe una sola ruta, una manera de prepararse, los mismos conocimientos… Lo importante es el camino, tu estilo propio.
1
No subestimar la teoría
Todo buen mediador de lectura debe manejar la teoría —así sea básica— que se utiliza dentro del campo de fomento a la lectura. Por ejemplo: fomento lector, animación de lectura, mediación de lectura, etc. Ninguna es más importante que la otra, solo una secuencia que todos y todas debemos tomar en consideración. Es así como podremos aplicarla de mejor manera en los diversos espacios donde nos desenvolvemos.
2
¿Qué libros podemos escoger?
La literatura es el principal aliado del mediador y mediadora de lectura, pues es uno, a veces, el único medio por el que este pueda realizar el acercamiento de la comunidad hacia la lectura. Hay que tener en cuenta que no siempre, en toda comunidad o espacio, se va a utilizar la misma selección, pues cada cual tiene su propia realidad, su propio contexto y sus propias necesidades.
3
La práctica hace al mediador o mediadora
Toda teoría llevada a la técnica debe ser puesta en práctica. Trabajar con distintos grupos nos da la capacidad de saber cómo actuar ante diversas situaciones o dificultades que se nos presentan. Un mediador de lectura bien preparado vale por dos.
4
Carácter social
Todo mediador o mediadora de lectura, al iniciar dentro de este campo, debe saber a lo que se enfrenta. No esperemos nada a cambio por el trabajo realizado, más allá de la contribución económica que se pueda obtener —tema aparte—. Nosotros caminamos —a veces, sin saber por dónde caminamos—, pero es lindo ensuciarse los zapatos cada vez que podamos, miento, es necesario ensuciarse, en el buen sentido de la palabra. Vamos por distintos lugares haciendo que la lectura sea accesible para todos y todas. Se encuentren en el lugar donde se encuentren, siempre llegaremos.
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Estudiante de séptimo ciclo de la carrera de Bibliotecología y Ciencias de la Información en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Actualmente cursa el Diplomado en Fomento Lector y Literatura Infantil y Juvenil por la Universidad Austral de Chile, el Diplomado en Bibliotecas Escolares por la Universidad de Antioquía, el Diplomado Internacional en Educación Superior Inclusiva, Interseccionalidad y Discapacidad: herramientas para la intervención institucional y la mediación pedagógica por el Centro de Estudios Latinoamericanos de Educación Inclusiva y el Curso de Especialización en Discapacidad como categoría social y política por la Universidad de Buenos Aires.
Sus líneas de investigación están centradas en la mediación de lectura y promoción de lectura en la primera infancia y personas con discapacidad auditiva y visual, así como en la literatura infantil y juvenil.
Realizó voluntariado como mediadora de lectura en bibliotecas comunitarias como la Biblioteca Fitekantropus en Comas y la Biblioteca Ruway en Carabayllo, así como referencista en la Biblioteca Afroperuana por la Red Peruana de Jóvenes Afrodescendientes.
Miembro actual del Centro Cultural Valle Colorete y encargada del área de relaciones públicas en la Asociación Cultural Cambalache. Contacto: diana.vicente1@unmsm.edu.pe