El bibliotecólogo chupaquino César Augusto Castro Aliaga no descansa. Actualmente trabaja en un proyecto de rescate de la memoria popular llamado «Libros vivientes», que ha sido aplaudido por la Universidad Nacional Autónoma de México y cuya metodología se aplica allá, pero también en Costa Rica y, por supuesto, en el Perú. «Si vas a Chupaca te vas a dar cuenta de que todo el conocimiento circula en el ámbito oral, y cuando se muere un libro viviente, se acaba todo. Así que hay que rescatar esa memoria oral», cuenta. Además de dicho proyecto, conversamos sobre Achikyay, su admirado Jorge Basadre y algunos pasajes de su trayectoria profesional.
¿Cuál es la metodología de «Libros vivientes»? ¿Es rescatar el conocimiento oral y preservarlo…?
Y llevarlo a la biblioteca como fuente de información. No hay que olvidar que la memoria no es historia: es fuente para la historia. En cada pueblo siempre hay personas mayores poseedoras de una serie de conocimientos, sabiduría e historias. Esos personajes son fácilmente identificables por la propia comunidad porque tienen una posición. No son todos los viejitos, por ejemplo, yo no sería un libro viviente. Luego se hace un estudio exploratorio, se conversa y a partir de ahí se identifican aquellos conocimientos que consideramos dignos de ser documentados. Después se elabora un pequeño guion que se entrega a la persona mayor para que se prepare para el día de la grabación. Ese día la persona ya está preparada, incluso algunos escriben lo que van a decir —depende de cada quien— y entonces la conversación gira en torno a esos conocimientos. Luego viene una parte crucial: editarlo y someterlo a la validación de la comunidad.
¿Validación de la comunidad?
Sí, porque una persona mayor —seguro también pasa conmigo— suele magnificar los hechos. Por ejemplo, una profesora rescató siete juegos ancestrales con los alumnos de quinto año de educación primaria; los niños preguntaron a sus abuelos qué cosas jugaban en sus tiempos escolares. Más tarde, se hizo la demostración de estos juegos en una actividad pública donde estaba presente toda la comunidad, entonces un viejito dijo: «¡No! ¡Esa parte no es así!». De inmediato otros viejitos también hicieron sus rectificaciones; de esta manera, los siete juegos quedaron validados. No te imaginas su alegría al saber que no son personas olvidadas y que más bien su nombre figurará en la biblioteca pública.
A nivel cultural, ¿cómo está Chupaca?
Cuando regresé por asuntos personales, observé una prosperidad que no estaba emparejada con el desarrollo cultural. La biblioteca estaba semicerrada, ni siquiera se había pavimentado la calle que daba a la entrada, todas habían sido pavimentadas, menos esa. Había una total indiferencia. Ese fue uno de los problemas que me detuvo. Me puse a analizar la situación y así nació Achikyay, Centro de Investigación y Promoción de la Lectura, con participación activa de jóvenes de Lima.
¿Qué es exactamente Achikyay? ¿Un observatorio?
Achikyay es un término quechua y significa amanecer, primera luz del día. Y no está creada para hacer solo una tarea; si bien lo que hacemos es descubrir líneas de investigación, en buena hora si por ahí alguna persona o equipo quiere investigar. Pero, básicamente, nuestro trabajo es realizar promoción de la lectura en todos los ámbitos de la comunidad, porque nuestro sueño es construir una comunidad de lectores; para hacerlo, debemos integrar a la familia, la escuela y los diferentes espacios. Por naturaleza, las bibliotecas requieren un marco cultural para su desarrollo. Para ello, realizamos capacitaciones a los maestros y eventos —incluso internacionales— para nutrirnos de otras experiencias. Además, estamos creando espacios de lectura, porque de qué serviría el esfuerzo si no hay una institución que va a proporcionar los materiales. Esta pandemia nos ha descubierto la situación de nuestras bibliotecas. Conversando con unos profesores, me contaron que solo el 8 % o 10 % de los alumnos en Chupaca tiene acceso a Internet en sus casas. Sin embargo, las escuelas tienen libros acumulados en sus bibliotecas. ¿Por qué no liberarlos? Ahí es donde me sulfuro. Se cree que la tecnología lo soluciona todo, y evidentemente es útil, pero no está al alcance de todos. Mientras tanto, tenemos recursos donde se han invertido fuertes cantidades de dinero. Si no hay teléfono ni computadora, ¿por qué no vamos a utilizar los libros?
¿Cuál es hasta ahora el logro más resaltante de Achikyay?
Que ya estamos siendo reconocidos por la comunidad y por las instituciones. La UGEL (Unidad de Gestión Educativa Local), por ejemplo, es una de nuestras aliadas con la cual organizamos maratones de lectura: han leído policías, enfermeras, madres del vaso de leche, profesores… La municipalidad también nos ayuda. Otro de nuestros grandes aliados es el Instituto Pedagógico de Chupaca, que no solo participa en las maratones, sino que ha incorporado la posibilidad de llevar una mochila de libros allá a los conos donde los estudiantes realizan sus prácticas; y esa mochila, simbólicamente, va semivacía, porque también en ella se puede recoger el conocimiento de los pueblos. Otro logro es haber construido la sede de Ackikyay. Hemos tenido muchísimos problemas, pero hoy el local ya tiene tres plantas. Todavía nos faltan los equipos, pero lo primero ya se ha logrado. Todos los que trabajamos en Achikyay pensamos en grande. Hay varias personas con inquietudes, como Magaly Sabino, quien sustentó su tesis sobre políticas de lectura en América Latina. Además, estamos armando una biblioteca especializada en lectura y temas afines, pues nuestro gran sueño es organizar un repositorio sobre experiencias de promoción de la lectura, porque, cuando no se documentan, hablamos de lo mismo.
Cambiando de tema ¿qué recuerda de su gestión como decano del Colegio de Bibliotecólogos del Perú?
Tuve la oportunidad de asumir el cargo al regresar de España y, como en todo proyecto, le he puesto alma, corazón y vida. Si lo que hicimos fue insuficiente, soy autocrítico. Pero algo que pocos bibliotecólogos saben es que, cuando llegamos al CBP, había en el Congreso un proyecto de ley presentado por un congresista de Lambayeque, si no me equivoco, que había recibido todo el apoyo de la Biblioteca Nacional para la creación del Sistema Nacional de Bibliotecas (SNB). En el artículo 7 de ese proyecto se proponía la creación de institutos técnicos de Bibliotecología y Ciencias de la Información, y eso no había sido advertido por nadie, cuando se sabe que es imposible crear un instituto técnico en aquellas disciplinas que son parte del dominio de la universidad. Fui a San Marcos, a la Asamblea Nacional de Rectores, toqué todas las puertas. Finalmente, la ley salió así; el artículo 7 trata de la creación de los institutos técnicos de Bibliotecología y Ciencias de la Información. Nosotros hemos seguido insistiendo, incluso ante el doctor Ramón Mujica, quien parecía que tampoco entendía, hasta que finalmente el Ministerio de Educación comprendió, porque las mismas normas que da el ministerio para los institutos técnicos dice, claramente, que no pueden impartir disciplinas que son parte de la universidad. Así que, felizmente, se corrigió en el reglamento del SNB, que menciona «técnicos en bibliotecas», no en Bibliotecología. Esa fue nuestra lucha, pero mira tú, desde el 2014 hasta el 2020 no se ha creado ni medio instituto.
¿En manos de quién debería estar la iniciativa de crear institutos técnicos o tal vez nuevas escuelas de Bibliotecología en otras universidades?
Las universidades son autónomas, pero eso no quiere decir que no puedan realizar convenios. Y la propia Biblioteca Nacional podría hacer convenios con instituciones al interior del país, sobre todo con gobiernos regionales y municipalidades. Pero la cosa no pasa por crear centros coordinadores. El otro día me he dirigido al señor Ezio Neyra, de repente como una voz contraria, para decirle que, si vamos a seguir haciendo lo mismo, ¿por qué vamos a esperar resultados distintos? Los centros coordinadores no representan nada para los pueblos del interior del país. Tenemos que crear bibliotecas regionales que sean como una especie de biblioteca nacional donde cada región esté representada con su patrimonio ahí resguardado. Pero a cargo de personal profesional. Ya tenemos en Arequipa la primera biblioteca regional que ha surgido independientemente del SNB —incluso antes—, me refiero a la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa. Es un tremendo aporte, pero hay que darle el tratamiento técnico. Yo creo que podrían trasladarse dos bibliotecólogos mediante un convenio por cinco o diez años pagados por planilla de la BNP.
¿Pero no es eso lo que hacen los centros coordinadores?
¿Dónde hay un centro coordinador? No existe porque las bibliotecas no tienen personal profesional. Hay que ir de a pocos, con tres o cuatro bibliotecas regionales planteadas como una biblioteca nacional. No estamos inventando la pólvora; vaya a ver en Chile las bibliotecas regionales: están irradiando no solo modelos y experiencias, sino que están coordinando con las otras bibliotecas, es decir, tienen autoridad, pues en ellas trabajan profesionales que saben lo que están haciendo. Mientras no tengamos personal profesional, poco es lo que vamos a alcanzar. Tenemos el caso que impulsó Jorge Basadre: cuando se creó la biblioteca piloto del Callao, la planilla del bibliotecólogo era pagada por la BNP, porque las municipalidades, desafortunadamente, no estaban en condiciones de crear plazas para bibliotecólogos. Hay que trabajar esas bibliotecas regionales y recuperar las experiencias. En las líneas de investigación de las escuelas de bibliotecología, ¿alguien habrá hecho un estudio sistemático de la biblioteca municipal de Piura? ¿Se ha habrá realizado algún estudio para saber por qué las bibliotecas rurales de Cajamarca perviven tanto tiempo?
Buen punto, porque también quería preguntarle cuál es el ciclo de vida de una biblioteca comunal.
El ciclo de vida de las bibliotecas depende de su grado de integración en la comunidad. Las que no están integradas están sentenciadas a perecer, están fungiendo de bibliotecas escolares. Incluso las bibliotecas municipales están atendiendo a estudiantes que van a realizar sus tareas, aunque ahora hay muy pocos que van. En mis tiempos, cuando trabajaba en la Biblioteca Nacional, en algún momento contabilizamos algo de mil trescientas cincuenta bibliotecas municipales, pero en las últimas estadísticas el INEI menciona solo seiscientas tres bibliotecas. Estamos en declive.
Casualmente, tuve la ocasión de visitar la biblioteca municipal de Lince y encontré un libro suyo, La biblioteca pública municipal en el Perú: avances y perspectivas (CBP, 2002), que usted dejó autografiado. Cuando abrí el libro, encontré fotografías de cómo era la biblioteca de Lince y era todo el edificio. Ahora solo ocupa la mitad del tercer piso.
Lo más grave es que todo eso está sucediendo ante la total indiferencia de la comunidad y, por supuesto, ante la autoridad. Los alcaldes responden al requerimiento de los vecinos, pero estos no están pidiendo espacios de lectura. Por eso yo no he hecho muchas cosas por la biblioteca de Chupaca, porque no soy yo quien lo debe hacer, es la gente. Es la única forma para que la biblioteca se convierta en un proyecto sostenible. Se puede invertir y todo, pero si la comunidad no ha participado del proyecto, es un riesgo. Y cuando hablas de Lince, yo tuve la suerte de trabajar ahí dos o tres años, y esa biblioteca ha sido para mí como una escuela de posgrado. Te cuento una anécdota. La biblioteca tenía una concurrencia como no te imaginas, tenía vida y muchos materiales que ofrecer, pero un día uno de los trabajadores difundió un mensaje sobre una orden de que tal sábado no se trabajaba. Ese día, a las 8:30 de la mañana, los usuarios estaban en la puerta de la biblioteca, y como no se abría, marcharon en busca del alcalde para reclamar por qué no estaba abierta. Entonces, cuando llegó el lunes, nos dieron una amonestación muy dura por no haber puesto un aviso. Mientras escuchaba, para mí era una celebración, pues sentía que la biblioteca le era muy útil a la comunidad.
¿Y la biblioteca de Chupaca?
Su caso es algo particular. ¿Cómo es posible que una biblioteca como la de Chupaca haya nacido, crecido y llegado a su máximo apogeo, basándose en el voluntariado? Cuando llegó a su máximo nivel, estuvo a cargo de una persona que había sido capacitada por la BNP, pero no recibía sueldo de la municipalidad. Todo era ad honorem. Yo también trabajé cuatro años ahí mientras duró mi formación en el Instituto Pedagógico de Chupaca. Éramos un ejército de voluntarios y, no te miento, llegaron allá Nelly MacKee, Carmen Ochoa y muchas otras personalidades para conocer la experiencia sostenida por un voluntariado. En 1973 dejé Chupaca. Tiempo después me enteré que cuando el personal pasó a la planilla de la municipalidad, incluso con un nuevo y hermoso local, todo se vino abajo. No fue de un día para otro, fue un proceso largo que seguro ya llegó a su última etapa. Eso necesita estudiarse, tiene que haber una causa. Pero como dice el joven poeta jaujino Henry Bonilla: «La biblioteca no ha muerto, la biblioteca todavía tiene pulso».
Usted fue uno de los integrantes de la última promoción de la Escuela Nacional de Bibliotecarios, incluso llevó dos semestres en San Marcos para obtener la licenciatura. ¿Cómo fue eso?
Fue mi promoción la que movilizó el avispero. No olvides que Jorge Basadre dejó dicho que había que transferir la escuela a la universidad, pero sin perder su identidad. Hemos leído la primera parte, pero no la otra sobre la identidad. ¿A qué se estaba refiriendo? Había una ambivalencia en la Biblioteca Nacional. Estaban la señora Maruja Bonilla y las bibliotecólogas que, en ese entonces, llamábamos las ‘vacas sagradas’, que un día decían sí y al otro día no a la transferencia. Pero Maruja, muy visionaria, había mandado hacer un estudio de la conveniencia de la transferencia. Entretanto, los estudiantes, que éramos un poco listos, descubrimos conversaciones con otra universidad y no estuvimos de acuerdo. Entonces se nos ocurrió, en una reunión de alumnos, por qué no consultar directamente al creador de la escuela. Don Jorge Basadre aún estaba vivo, así que mi compañero Julián Flores logró la cita. Éramos tres —no recuerdo a la tercera persona— y llegamos a la casa de Basadre, nos recibió y la primera impresión que tuvo fue: «¡Qué! ¿Todavía sigue la escuela en la Biblioteca Nacional! Si dejé claro que debe pasar a San Marcos». Y añadió: «Pero tiene que mantener su identidad». Es ese el elemento al que me refería, que los bibliotecarios deben estar ligados a una biblioteca bien constituida donde podamos ir aprendiendo y nada mejor que la propia Biblioteca Nacional. Sobre la creación de la escuela en San Marcos, Alonso Estrada dijo, en un evento por Facebook, que pasó en el peor momento de la universidad.
Momentos convulsionados
La universidad estaba en una crisis total. Casi he llorado porque, para hacer mis estudios de doctorado en España, no estaban mis papeles, los archivos estaban incompletos, faltaban notas… ¡Era un caos! Toda esa historia hay que escribirla, porque me temo que muchos alumnos de la actual escuela no saben de dónde proviene la profesión, incluso bibliotecarios con ciertos años me han dicho: «¿Qué? ¿También en la Biblioteca Nacional había una escuela?». De repente habría que crear un seminario donde los alumnos puedan estar informados. La Escuela de Bibliotecología ha tardado mucho en posicionarse en la universidad. Pero me dio gusto ver hace poco una conversación entre la decana del CBP, la directora de la escuela y el director de la BNP. Espero que no sea solo para la foto. Ese triunvirato no debe disolverse, tiene que desembocar en actividades concretas.
En YouTube está la defensa de su tesis doctoral sobre Jorge Basadre. Muy interesante.
Me dieron el cum laude, yo no sé por qué, seguro se han equivocado. Me costó cuatro o cinco años investigar. Le he seguido los pasos a Basadre, incluso logré revisar el expediente de sus estudios de Bibliotecología en la Universidad de Columbia, Estados Unidos. Lo seguí por Alemania, Francia y España. Fue el único peruano que asistió a la segunda conferencia de la IFLA en Madrid, en el año 1935, donde José Ortega y Gasset pronunció el discurso sobre la misión del bibliotecario. Cuando estuve en Colombia, tuve la suerte de tener un amigo historiador, Jorge Orlando Melo, una eminencia en historia con quien llegamos a plantear en algún momento que las bibliotecas en América Latina se habían desarrollado gracias a factores coyunturales, pero también a factores históricos. Cuando la Biblioteca Nacional del Perú se incendió, fue un factor coyuntural, porque debido a eso pudo modernizarse. El otro factor es histórico: Basadre había estado en la BNP desde los dieciocho años, trabajado en la biblioteca de San Marcos y estudiado Bibliotecología. Nadie como él podía asumir tremenda responsabilidad. Desde el primer momento, no solo pensó en la Biblioteca Nacional, sino en las bibliotecas del Perú. Al crear la Escuela Nacional de Bibliotecarios, no la estuvo creando para la BNP, sino para el país. Dentro del equipo de profesores que vino al Perú, seleccionados por Jorge Basadre, con apoyo de la ALA y la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, ubica a un especialista en biblioteca escolar. ¿Por qué? Porque él sabía que la educación logra cosas.
Tenía una visión muy amplia
Todos los elementos que configuran una política, él las había considerado. En primer lugar, una visión de biblioteca moderna. Antes de él, la BNP se manejaba al antojo de los directores. Incluso los libros que se salvaron fueron los que estaban en el despacho del director, porque los tenían ahí para compartir con sus amigos. Entonces Basadre configura una política bibliotecaria nacional. Por primera vez la BNP se concibe como un lugar para el patrimonio nacional y como biblioteca pública con su sala infantil. Segundo, crea una escuela para contar con personal de altísimo nivel. En tercer lugar, recursos: impulsa el impuesto a las joyas para el fondo San Martín. Además, comenzó una serie de publicaciones y normas. Allí sí hay una serie de observaciones, pero de repente Basadre me escucha y me convoca antes de tiempo.
Reflexión final
Me da mucha pena que en las redes sociales se sigan hablando de las mismas cosas que se hacían antes de la pandemia. En España ya se están abriendo las bibliotecas; acá todavía no se han dado normas para abrirlas, lo están haciendo espontáneamente, incluso la biblioteca de Barranco y Pueblo Libre empezaron a prestar libros, es decir, cada quien hace lo que puede. Pero estoy impresionado de todo cuanto está haciendo la Biblioteca Nacional. Y allí hay que hacer la diferencia: la Biblioteca Nacional está siendo gestionada por gente joven. Lo único pendiente es descentralizar. Ya que el Gobierno está impulsando la creación de los «Parques Bicentenario», cada uno con una biblioteca, será la oportunidad para que la Biblioteca Nacional pueda desplazar por lo menos un par de bibliotecólogos para que estén a cargo. Sé que hay muchos bibliotecólogos que quisieran trabajar en provincias, pues mucho mejor si la BNP les asegura un sueldo decoroso.
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Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medio Ambiente y Salud por la Universidad Carlos III de Madrid. Licenciado en Bibliotecología por la UNMSM. Áreas de interés: periodismo científico, repositorios institucionales e industria editorial. Contacto: cesar_023@hotmail.com
Buena doctor Cesar!!. He escuchado toda la defensa de tu tesis doctoral Cum laude??. No lo Sabia. Desde donde este Marthita seguro estara orgullosa de ti.