En los años en que el narcotráfico cundía amenazante en Colombia, un futuro poco esperanzador rasgaba los sueños de la juventud. Sin embargo, buscando una razón justa a la que aferrarse, un muchacho, llamado Didier de Jesús Álvarez Zapata, encontraría en la palabra su resistencia. Cuando aún no tenía más de quince años, Didier Álvarez formó parte de un proyecto bibliotecario popular en el barrio de Las Nieves, Medellín. Ahí comenzó a vislumbrar la fuerza de la palabra como recurso transformador. Por eso, con otros jóvenes, llegó a publicar un pequeño boletín donde tuvo sus primeros acercamientos con la escritura: “Cierro los ojos y veo la publicación porque recuerdo bien que lo hacíamos en una pequeña máquina de mimeógrafo. Con eso lanzamos nuestro boletín que era de dos o tres cuartillas. Lo recuerdo con mucho cariño…”. Hoy Didier Álvarez Zapata es un respetable docente de la Escuela Interamericana de Bibliotecología con quien tuve el gusto de conversar una tarde mediante Zoom, precisamente cuando en Medellín se oía tronar el cielo debido al clima; y aquí, en Chincha, estallaban, por alguna razón, fuegos artificiales.
¿Qué recuerda de sus años de formación en la Escuela Interamericana de Bibliotecología?
Yo soy hijo de un obrero sindicalista y una campesina inmigrante. Mi padre siempre nos alentó a ver en la educación una posibilidad, pero nunca para cambiar de vida económicamente, sino para poner nuestro corazón en otra sintonía. Después de aquel proyecto bibliotecario, continué en otros colegios públicos del Valle de Aburrá, que es un área geográfica conformada por varios municipios entre los que se encuentra Medellín. Al final estudié en un colegio de un municipio que se llama Envigado, nombrado así por los árboles que sacaban de ahí para hacer las vigas de los techos. A fines de los 70 y en los 80, Envigado tenía una actividad cultural muy fuerte y además fue el lugar de nacimiento de uno de los pocos filósofos latinoamericanos realmente sensatos: Fernando González Ochoa. Eso me puso en órbita sobre lo que era la filosofía y la sociología, así que al terminar el bachillerato tuve que tomar una decisión sobre qué quería hacer con mi vida, si iba a ser filósofo o sociólogo, pero gracias a Dios encontré la oportunidad de ser con la bibliotecología ambas cosas.
Así llegué a la universidad con una vocación muy fuerte de estudios sociales y filosóficos, lo que me convertía en un bibliotecólogo un poco extraño. Por suerte, entre los años 80 y 85 —yo soy de la cohorte 82— llegaron estudiantes de mi propia procedencia, es decir, de sectores populares, colegios públicos y organizaciones juveniles que, al vincularnos, le dimos un cambio muy fuerte a la Escuela Interamericana de Bibliotecología porque le metimos pueblo.
¿Anteriormente era una escuela elitista?
Elitista, sin duda, pero no lo entendamos despectivamente, sino que era la concepción de una época, la percepción de que se trataba de estudios refinados que tenían que ver con el conocimiento hegemónico y la alta cultura, y ciertamente llegaban a estudiar ahí personas de clase bastante elevaditas como hijas de embajadores o de altos funcionarios públicos. Cuando llega el pueblo, la bibliotecología empieza a ser otra cosa, no porque la hayamos ejercido a título personal, sino porque fue algo colectivo, nos organizamos mucho alrededor de iniciativas como los encuentros nacionales de estudiantes de bibliotecología que marcaron una generación. Yo diría que nos tocó hacer el desarrollo más social de la bibliotecología en Colombia. Le pusimos un lema de batalla: “Una nueva bibliotecología es posible”. Y lo fue, porque nos correspondió a nosotros constituir los sistemas bibliotecarios públicos del país e impulsar la pregunta por la biblioteca pública. Y siento, con la humildad que nos exige el tiempo, que la tarea quedó hecha. Ahora, a mi juicio, ¿qué les corresponde a las nuevas generaciones? Pensar la bibliotecología bajo la concepción de un campo científico suficientemente capaz de reflexionar sobre sí misma y proponer nuevas maneras de ver la biblioteca y los haceres bibliotecológicos desde la sociedad.
Por cierto, aparte del lema que ha mencionado, hay otra frase que le he escuchado decir anteriormente: “La biblioteca necesita ser rescatada de la bibliotecología”. ¿Qué es lo que quiso decir?
Es una frase que enfurece a los oídos demasiado castos de algunos colegas. Pero hay que construir en los hechos los campos desde una perspectiva crítica. La bibliotecología no tiene por qué hacerse una guardiana empecinada de las bibliotecas. Cuando el bibliotecólogo cree que la biblioteca es suya, está equivocándose, así como cuando un médico cree que la salud y los hospitales son suyos porque no entiende que la salud es una condición humana, un proceso social general, y por lo tanto no le corresponde decir que es suya por más terapéutica que sea su intervención, de la misma manera, por más bibliotecológica que sea nuestra intervención, la biblioteca es de las comunidades y la sociedad. Dicho de otra manera, la biblioteca es un fenómeno mucho más amplio de lo que la bibliotecología pueda decir de ella. Me sobresalta la incapacidad que tenemos para comprender lo obvio.
La bibliotecología impulsa procesos sociales, entre ellos la biblioteca, más no únicamente la biblioteca porque no es consecuencia de la bibliotecología. Hace cinco mil años surgieron los archivos y luego las bibliotecas, y las primeras prácticas bibliotecarias fueron comunitarias en el sentido que los reinos resolvían sus asuntos consultando sus documentos en tablillas. Pero la biblioteca, muchísimo después, muy lejos, ve nacer una ciencia que la reclama con el surgimiento de las primeras escuelas de bibliotecología en los Estados Unidos. Mira la distancia histórica… ¡Cómo voy a reclamar un objeto que la misma sociedad ha construido!
Lo que hizo la bibliotecología fue tener una pretensión de mejoramiento sobre las prácticas bibliotecarias, pero con un foco: la vida de las personas. Por eso es que mi posición les estorba tanto a los oídos demasiado castos de algunos colegas que me han confrontado bastante enojados porque piensan que con lo que digo estoy deshaciendo el ser bibliotecológico. Yo respondo: “Compañeros, todo lo contrario, lo estoy fortaleciendo porque le estoy quitando a la bibliotecología responsabilidades que no tiene. Cuando le devolvemos responsabilidades a la sociedad estamos fortaleciendo nuestro campo disciplinario hacia uno más dinámico y abierto”.
Además, usted siempre tuvo interés por cuestiones filosóficas y sociológicas, y una característica esencial en la filosofía es ser problemática. Si no creara cuestiones todo estaría cerrado.
Y habría solamente ideología y no filosofía. Hay algunos colegas —gracias a Dios no son muchos— puestos en la ideologización de la bibliotecología, que determinan cercos, quizás en un afán muy loable, pero cuando los afanes pierden foco crítico uno se vuelve fanático, y recordemos que con el fanatismo uno olvida los objetivos y redobla el esfuerzo, con lo cual parcializa de tal manera su visión que termina por destruir lo que ama.
La filosofía tiene un compromiso con la verdad, por eso es muy problemático porque cualquiera podría preguntar cuál es la verdad, y yo diría: “Lo que está más allá de la realidad social que al fin y al cabo es una construcción de significados”. Y eso nos pone en una perspectiva de la filosofía que resulta muy incómoda que es la pregunta por la trascendencia, concepto que le molesta mucho a la mentalidad occidental, especialmente a la modernidad del siglo XX, porque se resiste a abandonar lo metafísico. Cuando se piensa que lo metafísico trae engaño, ilusión y que resigna a la gente a creer en aquello que no ve o a entregarse a un mundo que no puede ser constatado, es decir, cuando se lo mira de una manera tan absurda, se lo termina por mistificar y contaminar. Cuando uno se pregunta por la trascendencia de la biblioteca —si hablamos de una de las institucionalidades de la bibliotecología— tendría que advertir tres niveles filosóficos.
El primero es qué he sido y cómo resuelvo mi presencia en el tiempo, un tiempo distinto, no tanto de Cronos sino de Kairos. La biblioteca siempre ha estado en el tiempo y siempre se ha transformado, así que ha de seguir llamándose igual porque las técnicas y las prácticas tecnológicas no cambian su ser. Ese es el primer punto de trascendencia, por lo tanto, la primera responsabilidad filosófica de la biblioteca es comprenderse, plantear su identidad y su proyecto de permanencia, lo que la compromete de una manera directa con sus funciones sociales en dos lógicas: la primera es cómo es capaz de dar respuesta a las demandas que la comunidad le hace; y la segunda es cómo permanecer viva en esa comunidad, la perdurabilidad, lo que la habilita para ser propositiva pues tiene que construirse un lugar en el mundo, y eso no va a ser posible solo porque la comunidad la sustente; si la biblioteca no lucha por hacerse un lugar no va a cumplir su función.
El otro nivel de trascendencia tiene que ver con la memoria. Aunque está íntimamente ligada con el nivel anterior, la memoria no es lo mismo que el tiempo. Como sabes, la memoria no se agota en los estudios históricos porque está viva, es una representación que nos hacemos del mundo, por lo tanto, tiene que ver con cómo la biblioteca es capaz de ayudar a construir una idea de lo que hemos sido y el potencial de memoria de una comunidad.
El tercer nivel, que para mí es el más complejo, es la espiritualidad. La dificultad es que se confunde con religiosidad, cuando más bien se trata de una pulsión. Kant y Descartes coincidían en la idea de que no hay nada que busque más el hombre con ardor y afán que lo metafísico. Debido a que los hombres tienen el deber de cuidar, cultivar y embellecer su alma, en términos de la estética, la pregunta por la memoria se vuelve espiritual, es decir, qué puedo ser. Como dice Píndaro en un verso bellísimo: “Se lo que eres”. Lo mismo hay que reclamarle a la biblioteca.
En resumen, de la misma manera como las personas tenemos un contenido psíquico que trasciende nuestra corporalidad y se pregunta por el tiempo, la memoria y el ser, los pueblos también lo tienen. Por eso en mis estudios digo: “Señores bibliotecólogos, debemos entender lo que somos para poder vincular nuestra alma con las comunidades a las que servimos, de lo contrario nos instrumentalizamos”.
Es una mirada ontológica…
Es que cuando el hombre abandona la pregunta por el ser, abandona a su vez lo más preciado de la filosofía: el sentido. Es una pregunta que yo me tomo en serio, no es un afán exclusivamente académico.
Pasando a otro tema, en una conferencia que dio para la Biblioteca Nacional del Perú, usted expuso cuatro elementos sobre los cuales opera la bibliotecología. Estos son el lenguaje, la información, el conocimiento y la memoria. Pero en su discurso el lenguaje suele ser como el mediocampista, él toca la pelota con los otros jugadores y lleva el ritmo del equipo, incluso ha propuesto una bibliotecología del lenguaje. ¿Podría explicarnos más?
Mi énfasis está en una bibliotecología que sea capaz de hablar del lenguaje, pero en su propia clave, no en el de la lingüística. ¿Qué puede decir la bibliotecología sobre el lenguaje? Pongo un ejemplo. Sabes que aquí en Colombia hay todo un proceso de paz y se habla mucho de la memoria; pero hay un problema que casi nadie advierte, que es que la memoria no es únicamente escrita, porque muchas de las comunidades que están pidiendo memoria y reparación —no repetición— son comunidades que no tienen un acercamiento cotidiano con lo escrito así sepan leer y escribir, lo que viola su condición cultural. Si yo como institución bibliotecaria integrada a la Comisión Nacional de Memoria Histórica voy a creer que debo constituir colecciones exclusivas o mayoritariamente puestas en lo escrito, me estoy equivocando en el orden bibliotecológico más profundo porque no tengo clara la relación entre información y lenguaje, por lo tanto, no tengo clara las relaciones entre información y memoria, en consecuencia, no hay conocimiento significativo para esas personas.
Cada uno de los elementos (lenguaje, información, conocimiento y memoria) constituyen un campo de especialización en la bibliotecología de hoy entendiendo a la biblioteca como organismo social. Pero su vocación, su gran compromiso, es con el hombre, con los sujetos que viven su vida y que la viven junto con otros. En síntesis, lo que pido es que recuperemos la discusión sobre el objeto “información” para nuestro propio ser bibliotecológico, que no lo recibiremos de otros campos por más hermanos nuestros que sean, como el de la ciencia de la información, porque la bibliotecología tiene compromisos que van más allá de la información. Ahí sí soy radical: una cosa es la ciencia de la información y otra la bibliotecología.
Un término que ha llevado al parecer a equívocos —no sé si usted opina lo mismo—, es decir “ciencias de la información”, y no “ciencia de la información”. Cuando se dice en plural pensamos cuáles son esas ciencias y decimos que son la documentación, la bibliotecología y la archivística… ¿qué opina usted?
El viejo Edgar Morin nos recuerda que a la complejidad no se le puede aplicar estrategias comprensivas de la simplicidad. Si se tiene un objeto de conocimiento de tal nivel de complejidad como el nuestro, generador de claridades, pero también de grandes oscuridades, tanto en la comprensión como en la práctica —y me refiero a todo lo que representa la información como hecho físico y social— uno no podría llegar y aplicar una comprensión simple. Lo que la simplicidad propone es llegar y ordenar unos campos que aparentemente tienen una autonomía, pero que no logran aclarar la complejidad que los sigue atando.
Son muy loables los trabajos que han hecho algunos estudiosos de la epistemología de nuestro campo como los profesores Emilio Setién, Miguel Ángel Rendón, Natalia Quinteros… Yo lo valoro mucho. Sin embargo, creo que ese esfuerzo debería bajar un poco el frenesí. Los archivistas no se sienten cómodos cuando se les integra dentro de las “ciencias de la información”. En mi escuela, por ejemplo, se forman por un lado archivistas y por el otro lado bibliotecólogos. A un bibliotecólogo lo que le importa es que el documento cumpla con su misión informacional que es transformar el conocimiento de quien lo usa; al archivista, en cambio, lo que le importa es registrar la memoria de una institución a partir de su vida documental. Por eso no tratemos de hermanar lo que no quiere, pero sigamos explorando esos territorios. En ese sentido, me parece interesante la propuesta de Miguel Ángel Rendón, Natalia Quinteros y otros pensadores en América Latina acerca de la constitución de un campo informativo documental. En concreto, me parece que esa propuesta desacomoda, siendo completamente necesaria porque cuestiona, pone en interrogación; y a mí me gustan mucho las preguntas que sobresaltan.
En la misma conferencia que dio para la Biblioteca Nacional, por las preguntas que le hicieron, algunos espectadores entendieron que usted quiso decir que la biblioteca es el objeto de estudio de la bibliotecología; pero investigué en otras partes y he entendido más bien que lo que pretendía decir es que la biblioteca no debe perderse de la bibliotecología, no que es el centro, sino que no hay que dejarla de lado. ¿Esto es así?
De una manera similar a como lo estás proponiendo, lo que digo no es que la bibliotecología deba centrarse en un objeto que se llama biblioteca, sino que la bibliotecología debe reivindicar dentro de sus estudios y responsabilidades a la biblioteca porque parece ser, a mi juicio, que la biblioteca terminó instrumentalizada por la bibliotecología. Y llegamos al principio de todo. La bibliotecología pretendía ejercer un conjunto de propuestas y comprensiones sociales sobre el hombre, la sociedad y el mundo a través de la biblioteca, pero la terminó convirtiendo en un aparato. Sin embargo, si aceptamos que la bibliotecología es una disciplina social, entonces no solo enfoca procesos sociales, sino también institucionalidades; ciertamente, el hacer del bibliotecólogo no se agota en la biblioteca, pero la biblioteca sí es su responsabilidad. Esa es mi idea, la de una bibliotecología que no abandone a la biblioteca a sus resoluciones técnicas y tecnológicas, sino que la reflexione con todo su ser entendiendo en ella dos cosas: primero, que su hacer bibliotecológico no se restringe a lo bibliotecario, pero que lo bibliotecológico sí se potencia con el ser de la biblioteca. ¿Hay que librar a la biblioteca de la bibliotecología? Sí, pero de aquella que no es capaz de ver más allá. Más bien hay que recuperarla para la que es capaz de entenderse como una ciencia social con responsabilidad humanística. La biblioteca no es posesión de los bibliotecólogos ni de la bibliotecología; la biblioteca es una posesión social comunitaria, es de las personas.
Bajo esa lógica muchos bibliotecólogos se sienten ofendidos cuando, por ejemplo, la dirección de las bibliotecas nacionales es asumida por personas de otras profesiones: literatos, filósofos, historiadores… ¿Usted qué piensa de eso?
Debería haber cierto coraje, pero con nosotros mismos en primer lugar, pues qué hemos hecho para no ser reconocidos en la dimensión social y humanística que nos corresponde y poder, por lo tanto, dirigir una biblioteca de la magnitud simbólica que tiene una biblioteca nacional, departamental o municipal, es decir, el reconocimiento del saber también viene por mérito. El primer reclamo es a nuestro ser histórico, qué nos ha pasado, por qué nos ven simplemente como técnicos y por qué pasa que en muchos lugares de América Latina hay un director que se pinta como un humanista y hay un subdirector técnico que sí es bibliotecólogo, y por qué, encima, nos dejamos poner esa chapa.
El otro coraje es que hay leyes, como en mi país, que establecen que bibliotecas de ciertas condiciones deben ser siempre ocupadas por bibliotecólogos; esa es la ley del bibliotecólogo acá. Lo que se hizo fue una reivindicación histórica, pero yo siento que eso apenas es lógico que pase en Colombia porque la práctica bibliotecológica ha venido teniendo una reivindicación social y estandarte amplio porque la misma sociedad ha visto que los bibliotecólogos impulsamos el desarrollo de institucionalidades que le sirven y son valiosas. ¿Cómo se refleja en el hacer del bibliotecólogo? Simplemente diciéndonos: usted tiene el derecho a tener esos cargos. Sin embargo, hay afrentas constantes. Es una pregunta difícil porque va por el lado legal, pero también por el lado de lo simbólico.
Artículos relacionados
- Joel Alhuay: bibliometría y el nuevo portal de Revistas Científicas Peruanas
- Fabiola Vergara, jefa institucional de la BNP: “Quisiera fortalecer la descentralización”.
- La participación bibliotecaria en política: entrevista a Eva Flores Noriega
- Ruth Alejos: “El panorama de las bibliotecas escolares en el Perú es un poco sombrío”.
Licenciado en Bibliotecología por la UNMSM. Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medio Ambiente y Salud por la Universidad Carlos III de Madrid. Contacto: cesar_023@hotmail.com
Comentarios