
El Dios Moisés AZAÑA Ortega
Dicen que uno es los libros que lee. Somos más bien los libros que no hemos leído, los libros que hemos dejado de lado, los libros que jamás leeremos. Claro que somos una mezcla de todo lo que hemos vivido, pero también (sobre todo) somos lo que todavía nos falta vivir.
Me explico: un hombre se acerca a un restaurante y en el menú se hallan platos que ya ha comido y platos que ni conocía. Imaginemos que pide el que le encanta —un pollo a lo Rousseau—, por tanto, todavía se estaría privando del potaje que no conoce —supongamos, saltado de Whitman—. Podríamos concluir que a su vida le falta ese guiso, que su existencia no tiene el color de ese alimento con hojas de hierba.
Siguiente ejemplo: Otro humano se acerca a otro restaurán-biblioteca y pide Oquendo de Amat y Aristóteles para llevar. Llega a su casa y se los devora. Podríamos asegurar que ese hombre ya lleva consigo al puneño y al estagirita en su estómago o en alguna otra parte de su organismo poético-filosófico, pero si nunca ha comido los 5 metros de poemas, si jamás ha saboreado pacientemente la Metafísica, podríamos indicar que esa parte que no ha sido activada, digerida, ese segmento que no es, también conforma su ser.
Continuemos con este razonamiento: si jamás ha tocado a Blanca Varela ni a Heidegger, a la hora de ir a comprar pan, de sus labios se desprenderán Amat y Aristóteles, pero también se hallaría esa porción “no Blanca Varela” y “no Heidegger”, la porción Varela y Heidegger que no ha comido también se encontraría a la hora de mover sus labios y enunciar las palabras-conceptos-imágenes-emociones.
El cuadro de su vida con estos autores podría ser el siguiente:
Aristóteles | Oquendo de Amat | Heidegger | Blanca Varela |
---|---|---|---|
Sí | Sí | No | No |
Quiero decir, su lectura y su no lectura, y quizá más su no lectura que su sí lectura, le crea una identidad particular. Los libros te transforman, sea su ausencia o su presencia, para bien o para mal. En mí, por ejemplo, hubo un antes y un después cuando leí por primera vez a César Vallejo. Antes de Vallejo era un púber que andaba obsesionado con la guitarra y la batería, a veces también con la armónica y la zampoña, mi vida giraba en torno a la música y la música giraba en torno a mi vida: la ausencia de Vallejo (y de tantos otros) permitía que yo actuase y viviese esos momentos entregados a las notas musicales. Hasta que en una calle de Colmena donde convivían los libros de segunda, lo hallé encerrado en una pasta blanca percudida y pude adquirirlo con los 10 soles que papá Emilio me había dado antes de salir de mi casa en la urbanización Túpac Amaru; luego descubriría que esa edición costaba más de 200; insensato yo quise regatear a, por lo menos, 9,50, “para el pasaje” colegial.
Cuando llegué al hogar con Vallejo y papá se alegró porque en efecto había comprado un poemario y no más cuerdas para mi guitarra, me senté en el balcón que está frente al mar Pacífico —aunque a muchos kilómetros— y devoré cada hoja como un recién nacido —permítanme esta imagen—. Supe que desde ese momento mi vida había cambiado, sumé a mis notas musicales, notas poéticas, pasé de la mirada a la contemplación, y mis ojos, mis sentidos y mis pensamientos empezaron a desviarse del sendero habitual. Comprendí que en un libro se encuentra una biblioteca. Un libro es una biblioteca. Me corrijo: en un libro se hallan muchas bibliotecas. Un libro son todas las bibliotecas.

Un hombre son todos los hombres: un libro son todos los libros. La fórmula es idéntica, solo debemos leer a profundidad. En otras palabras, yo soy una biblioteca, y esta biblioteca, repito, también se conforma de los libros que aún no he leído, que todavía no he vivido. Uno no es solo lo que hace, también lo que no. Así es, hermanos humanos, no solo somos lo que hemos vivido, somos sobre todo lo que nos falta vivir, lo que nos falta leer.
Ahora que has leído estas líneas del Dios Azaña tú has empezado a ser otro, aunque no te des cuenta ni lo reconozcas, aunque, ante todo, eres mis libros que no has leído. Pero descuida, anda con seguridad a los clásicos: vamos, alza tus ojos, ponte incómodo, y abre tu siguiente obra. Adelante, la parte de tu organismo dormido aún no descubierto está clamando, impaciente, por ser transformado con delirio por todas las bibliotecas atrapadas en un libro.
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Filósofo terapeuta, poeta, escritor e indocente. Estudió Filosofía, Literatura y maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente estudia Psicología. El 2013, con DOMUS, obtuvo el Primer Premio de Poesía Javier Heraud y, con INFARTO AZUL, el Premio César Vallejo. El mismo año, Premio de Narrativa de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM con su cuentario inédito Gastronomía peruana. El 2014, Premio Nacional de Poesía. El 2016, ganó el Primer Slam de Poesía Oral del Perú. Y el 2020 fue considerado entre los 50 mejores escritores de la década. Ha publicado DOMUS, DESCOMPOSICIONES, fragmentos de INFARTO AZUL y de MÁQUINA DE ESCRIBIR, asimismo, ha participado en distintos festivales, a nivel americano y europeo, y parte de su obra ha sido divulgada en medios nacionales e internacionales. Espera pronto publicar SALA DE PARTOS. Último de 24 hermanos, pueden hallarlo jugando con su guacamayo Loli y sus gatos Suqu y K’uychi, o contactarlo por su escritura en https://web.facebook.com/poesofia.ma/, en Instagram como @poesofia.ma , por YouTube en Mi Canto Exiliado o su WhatsApp 997 416 498 https://cutt.ly/TallerEscritura Todo lo hace por amor y en agradecimiento a Emilio Azaña Lezama y a Enriqueta Ortega Albújar, los faroles de su divino camino.