Es posible que quienes hemos estudiado bibliotecología hayamos tenido que rendir al menos una vez un control de lectura de algún texto del profesor José López Yepes. Y eso pasa porque el profesor español ha sido uno de los investigadores que desde hace mucho se ha preguntado por la identidad de nuestra disciplina y su lugar en la universidad. Además, es un honor para esta revista haber conversado con uno de los más dedicados estudiosos de la obra de Paul Otlet.
Si para ser médico se estudia Medicina y para ser abogado se estudia Derecho, ¿por qué en nuestro caso tenemos una disciplina con diversas denominaciones: Bibliotecología, Biblioteconomía, Documentación, Ciencia(s) de la información…?
Tanto la carrera de Medicina como la de Derecho gozan de una concepción y una terminología muy precisa, propia de estudios que ya están en la universidad desde hace 800 años, cuando éstas se crean. Por el contrario, nuestro campo se incorpora a la universidad a fines del siglo XIX y, en algunos casos como el de España, tan solo hace cincuenta años. Además, en nuestro ámbito, las disciplinas vinculadas al estudio del documento ya tenían diversas denominaciones: Biblioteconomía, Archivología, Bibliografía y Museología. Paul Otlet procedió a una unificación del nombre de las disciplinas con el término Documentación y, para el objeto de estudio, el término documento. Pero esto que, en algún trabajo hemos llamado concepto integrador del documento, se fragmentó en corrientes, una en la que prevalecía la noción de Biblioteconomía (Bradford, Shera); otra en la que Bibliotecomía y Documentación se contemplaban paralelamente (Briet, Pietsch, la revista American Documentation en 1955). Finalmente, prevaleció el componente informativo en las denominaciones (ya anunciado por Otlet) que dio paso a tres escuelas: la escuela anglosajona de la Information Science (Borko); la escuela alemana de la Ciencia de la Información y Documentación (Koblitz) y la escuela rusa de la Informatika (Mikhailov). Hoy se tiende a utilizar la expresión Ciencia de la Información para Bibliotecología y Documentación, en la medida en que puedan diferenciarse, y Ciencias de la Información para incluir todas las disciplinas relacionadas con el documento (Bibliotecología, Archivología, etc.). También se observa una tendencia, que yo comparto, a la expresión Ciencias de la información documental, lo que define el tipo de información específica que manejamos.
Definir una denominación común y objeto de estudio, ¿será un asunto que solo les preocupa a los pensadores iberoamericanos o sabe si se discute de esto también en el ámbito anglosajón?
No. Creo que, de acuerdo con la bibliografía que aparece periódicamente, es un tema que afecta a todos los teóricos de nuestro campo.
¿Existe teóricamente al menos un consenso en aclarar que la información que estudiamos no es la información en general, sino información documental?
Como decía, hay una tendencia a confirmar que la información que manejamos es una información que procede de tratar informaciones anteriores y que, debidamente transformadas, se convierten en fuente para producir nuevas informaciones. Pero, además, hay un claro y lamentable conflicto terminológico. Por ejemplo, en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (México) existe la Facultad de Ciencias de la Información y, por el contrario, la misma denominación en la Universidad Complutense de Madrid es, en realidad, una Facultad de Ciencias de la Comunicación. Otro ejemplo de la tendencia doctrinal a la que me refería: la profesora Nathalia Quintero, de la Universidad de Antioquia (Colombia) y otras profesoras publicaban ya en 2009 un artículo con el título Identificación de las ciencias de la información documental.
Acerca del objeto de estudio, usted propone el proceso informativo-documental, que guarda mucha relación con el metasistema informativo-documental de Miguel Ángel Rendón. No obstante, tengo la impresión de que la bibliotecología se resiste a ese objeto. En Colombia, por ejemplo, el bibliotecólogo Didier Álvarez propone como elementos de la bibliotecología el lenguaje, la información, el conocimiento y la memoria. Además, se recalca su labor social. Es sabido que en Estados Unidos las bibliotecas ofrecen hasta servicios alimentarios. Por ahí también el bibliotecólogo Julio Alonso Arévalo está difundiendo el uso de los makerspaces, que son espacios con recursos para el aprendizaje, pero que no tienen que ver tanto con la entrada y salida de información documental. ¿Qué opina sobre eso? ¿El objeto de estudio propuesto encaja bien en la ciencia de la información documental y no tanto en la bibliotecología?
Sobre el contenido de esta pregunta pienso que la biblioteca puede convertirse en un espacio que olvide el primitivo origen de la misma pues nacieron, en una concepción moderna, para convertir un libro como objeto estático en un objeto dinámico en cuanto se explota la información en él contenida y se pone a disposición de un usuario para colmar su necesidad informativa. En cuanto al último interrogante parece que, en la práctica, ambos términos se identifican en numerosos centros. Tampoco parece lógico mantener la diferencia entre centro de documentación, como emisor de información transformada, y biblioteca ya que, con las nuevas tecnologías, la biblioteca más modesta puede ejercer perfectamente la función informativa.
Algunos bibliotecólogos suelen manifestar que muy poco de lo que han aprendido en la universidad les ha sido útil, que lo que realmente necesitaban no se lo han enseñado. Y eso puede pasar porque de entrada no se tienen claro los conceptos y los límites de nuestra disciplina y terminamos queriendo abarcarlo todo. Luego salimos de la universidad y no sabemos explicar qué es la bibliotecología o la ciencia de la información, ¿qué comentario tiene al respecto?
Usted plantea dos cuestiones diferentes. En general, los planes de estudio de cualquier carrera no pueden abarcar de modo inmediato los cambios que se suceden en la sociedad. Por eso se renuevan con frecuencia para recoger los nuevos problemas. La segunda cuestión es muy candente. En efecto, no hay unanimidad en los centros en denominar las disciplinas y ocurre, efectivamente, que el alumno no sabe con exactitud la definición de su propia carrera. Pensemos, a mayor abundamiento, que en España nuestra área de conocimientos se denomina Biblioteconomía y Documentación y esta expresión se puede entender como la suma de dos disciplinas o como denominador común de todo el campo. Por todo ello, es urgente resolver cuanto antes el conflicto terminológico-documental que a todos nos afecta. Pienso que sería más sencillo decirle al alumno que su disciplina es una disciplina informativa como el Periodismo, por ejemplo, y que la diferencia con la nuestra es que en Periodismo la información nace nueva cada día y que en nuestro campo guardamos la información que se produce y después la recuperamos para convertirla en fuente de nueva información. Por ello puede afirmarse que la información documental —esto es la nuestra— es información de lo que queda mientras que la información contingente o de actualidad es información de lo que pasa.
En una conferencia usted comenta que literalmente se tropezó con Otlet, es decir, con un ejemplar del Tratado de la Documentación que se encontraba en el suelo. ¿Es España la que ha rescatado y difundido más que otros países europeos el aporte del belga?
Estoy completamente seguro. Lasso de la Vega ya introduce la doctrina otletiana en los años 40. Mi obra Teoría de la Documentación, de 1975, ya lo estudia con cierta profundidad. Más adelante se hace una traducción al español por la Dra. María Dolores Ayuso, de la Universidad de Murcia, todo ello sin contar con los trabajos de los doctores Sagredo e Izquierdo, de las universidades Complutense de Madrid y de Murcia, respectivamente. Buckland, profesor norteamericano, escribe más tarde.
¿Qué son el homo documentalis y el homo documentator?
Yo he utilizado estas expresiones como parte de la cadena de transformación del ser humano ante el desarrollo de las tecnologías. Así, pasamos del homo sapiens, el ser humano que escribe y lee, de la cultura escrita, que imagina, que es capaz de abstraer y de pensar, al homo videns que se somete al imperio de la imagen y al homo digitalis que se somete al imperio de la tecnología digital. El homo documentalis se inscribe en la concepción de que el hombre de la sociedad de la información —el hombre digital— es capaz de elaborar su documentación personal con ayuda de todos los recursos, incluidos los electrónicos y digitales. Como vemos, el homo documentalis no es un profesional en sentido estricto, aunque puede parecerlo dada la facilidad de buscar, crear y recibir mensajes. Es cierto que la documentación tradicional es de muy difícil manejo para un usuario no profesional pero la documentación digital reviste, paradójicamente, menor dificultad en ciertos aspectos. Sin embargo, el homo documentalis se ahoga en el proceloso mar de la información excesiva y requiere de un piloto que conduzca la nave y le lleva al mar donde le esperan los documentos valiosos y útiles. Aquí nace al consejero del usuario, es decir, el auténtico profesional del documento propio de la sociedad del conocimiento. El punto de partida de su configuración es la nueva noción de cambio documentario como lógico corolario de la era informativo-digital.
Yuval Noah Harari dice en uno de sus libros que con la revolución industrial la aparición de las máquinas reemplazó a muchos obreros que realizaban una labor manual y física. Ahora, poco a poco, la inteligencia artificial y las tecnologías están reemplazando parte de las operaciones cognitivas, lo que en el futuro dejará sin trabajo a muchos profesionales. Usted plantea que el homo documentator debe ser el orientador del homo documetalis, ¿pero no cree que en algunos años las tecnologías y la inteligencia artificial nos reemplacen totalmente?
En este aspecto que usted plantea pienso que el homo documentator debe estar al día de las corrientes de pensamiento que impulsan los logros de la inteligencia artificial.
Finalmente, le comento que cierta vez un joven amigo químico me dijo que, en ciencias puras como biología, matemática o física, uno no se puede contentar con los cinco años del pregrado, que es casi una obligación hacer un doctorado si se quiere destacar. Los bibliotecólogos, que nos quejamos de no ocupar puestos directivos y estratégicos, o que nos sentimos invisibles en los debates intelectuales, ¿no deberíamos preocuparnos también por lo mismo?
Los bibliotecólogos, como modernos y actualizados profesionales de la información, deben tener una formación como investigadores y acceder en lo posible al grado de doctor para que puedan orientar a los investigadores en las bibliotecas universitarias y formar parte de sus equipos con el mismo rango. En mi librito sobre La ciencia de la información documental (*) apunto algunas ideas configuradoras del nuevo profesional de la información y le atribuyo, en este sentido, competencias en elaboración de normas y técnicas de investigación científica, de normas para la evaluación de la ciencia y competencia en tareas relativas a las aplicaciones de la web social en materia de investigación científica.
(*) López Yepes, José (2015). La Ciencia de la información documental. La disciplina, el documento y el profesional en la era digital. México, D.F., Universidad Panamericana.
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Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medio Ambiente y Salud por la Universidad Carlos III de Madrid. Licenciado en Bibliotecología por la UNMSM. Áreas de interés: periodismo científico, repositorios institucionales e industria editorial. Contacto: cesar_023@hotmail.com