Este año, una de las personas premiadas con el Reconocimiento “Jorge Basadre Grohmann” fue la bibliotecóloga Carmen Ochoa Garzón de Di Franco. La experiencia profesional de esta mujer nacida en el año 1940 es inspiradora. Las palabras que dio durante su discurso fueron a su vez una lección sobre vocación, esa palabrita que nos suena a “hacer lo que nos gusta”, pero que es más completa si se dice “estar dispuestos a hacer sacrificios para hacer lo que nos gusta”.
La anécdota que Ochoa contó en su discurso no se menciona en la entrevista que Gladyz Lizana Salvatierra le hizo en setiembre de 2017 y que fue incorporada a La mística bibliotecaria. Testimonios de bibliotecólogas peruanas que hicieron historia (BNP, 2020). En la entrevista, Carmen Ochoa cuenta que entre 1982-1986, luego de haber estado en Paris trabajando en una bibliografía sobre el premio nobel Miguel Ángel Asturias -a quien llegó a conocer en persona-, se trasladó a la Universidad de Chilpancigo, en el estado de Guerrero, México, para laborar como jefa del Área de Procesos Técnicos de la Biblioteca Central.
Lo que no aparece en la entrevista es el drama que vivió más allá de la parte estrictamente técnica. En su discurso, Carmen Ochoa contó que estando en la Universidad de Chilpancingo, el gobierno había decidido reducir en 19 las 42 preparatorias que dependían de la universidad, pues la había declarado una institución rebelde. Sin embargo, llenos de un espíritu de compromiso y lucha, autoridades y funcionarios continuaron trabajando sin cobrar un solo peso durante seis meses.
Carmen Ochoa recordó que su familia debía acomodarse con un presupuesto pequeño. En esas circunstancias, una vez su esposo, de origen argentino, fue con su pequeña hija a comprar medio kilo de carne. “¿Cómo un argentino va a comer medio kilo de carne? ¡No, señor!”, le dijo el vendedor y le dio mucha más carne de la que podía pagar. El esposo de Carmen respondió, tal vez avergonzado, que le pagaría luego, pero el vendedor respondió enérgico: “No, usted me ofende, es un regalo de México por la sabiduría que ustedes traen, dejan su país y vienen hasta este pueblo”. Era una muestra de la solidaridad de los mexicanos.
Finalmente, la universidad fue castigada siendo reducida a doce preparatorias porque el personal empezaba a adelgazar por falta de alimentos, a pesar de tener una orden de dejar el trabajo temporalmente para abastecerse por otros medios, sin embargo, cuenta Carmen: “Y la biblioteca metida en todo esto. Nunca paró la biblioteca de trabajar ni los alumnos de asistir”.
Para Carmen Ochoa, fue una hermosísima experiencia. Pasado un tiempo decidieron marcharse a Argentina para que su hija, que aún tenía ocho años, tuviera una educación más adecuada.
Una anécdota bastante edificante y un reconocimiento muy bien merecido.
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