Entrar al universo (que otros llaman la biblioteca) y enfrentarse a la magnitud espacial, bibliográfica y de ideas, es quizás una sensación indescriptible.
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Imagen destacada: Biblioteca Nacional de Colombia. Fuente: Wikimedia.
Todo comienza en la relación indisoluble que hay entre memoria y biblioteca, dos palabras que producto del que pareciera un simple conector aditivo, denotan en su más profundo vínculo, una conexión histórica de esfuerzo, trabajo y posibilidad. Las concepciones clásicas y fundantes de la biblioteca aluden a categorías como agencia, institución social, espacio, dispositivo y aparato ideológico, dimensiones que de manera sinérgica conforman una institución que articula en su misión, entre otras, el trabajo con las fuentes de información, su resguardo y difusión, pero además, todos los proyectos y esfuerzos que a través de la promoción de las lecturas, escrituras y oralidades pretenden aportar a la agencia de la ciudadanía, al cultivo de la mente y al disfrute formativo y recreativo del saber.
Producto de su inicial misión de resguardo y protección del conocimiento escrito es que se podría hablar hoy de una especie de continuidad simbólica que alude a la memoria y la biblioteca, pues ambas trabajan en selecciones y omisiones, silencios y vacíos, aceptaciones y negaciones de lo valioso y lo no valioso, de esa manera ambas han trasegado desde los más prístinos tiempos de la mano de la vida del hombre, en especial, de la memoria escrita que los pueblos y comunidades han decidido fijar y disponerla allí.
La biblioteca, en cualquiera de sus tipologías es un lugar de memoria, una institución que “actúa como fuerza viva de la educación, cultura e información y como agente esencial del fomento de la paz y los valores espirituales en la mente del ser humano» (Manifiesto IFLA/UNESCO, 1994). En contextos históricos como el de hoy, que no son solo característicos del territorio colombiano, la biblioteca también se va a comprender como territorio de paz, institución promotora de memoria social y lugar de memoria local. Sin duda, aquella es institución de memoria en cuanto a sus funciones sociales, culturales y políticas, pero en lo que respecta a su lugar promotor de encuentro y socialización con el saber y las dimensiones del lenguaje, es que también es un lugar generador de memorias vivas, que, desde lo individual, genera en cada lector y usuario una huella indeleble con su contacto.
Mis palabras y reflexiones emergen desde los espacios mismos que las bibliotecas disponen para ciudadanos y lectores, honro a la diosa Mnemósine que llega a mí con los secretos de la belleza y del conocimiento que desde acá he conocido y experimentado. En estas salas de lectura de bibliotecas públicas de Medellín, observo con detalle los lectores, las obras en sus manos, sus gestos, ritmos y palabras, y de alguna manera, me siento parte de una comunidad de palabras y memorias comunes.
En contextos históricos como el de hoy, que no son solo característicos del territorio colombiano, la biblioteca también se va a comprender como territorio de paz, institución promotora de memoria social y lugar de memoria local.
Es por todo lo anterior que quiero invitarles a recordar la magia de las primeras y múltiples veces que sus memorias han vivido en la biblioteca y entre la comunidad lectora, advirtiendo quizás que “abordar la memoria involucra referirse a recuerdos y olvidos, narrativas y actos, silencios y gestos. Hay en juego saberes, pero también hay emociones. Y hay también huecos y fracturas” (Jelin, 2002, p. 17).
Así como Borges lo experimentó, yo también, “como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud” (1941), en busca de las primeras memorias, he escudriñado arduamente entre olvidos y silencios, tratando de hacer una selección cuidada de esas primeras evocaciones. Recuerdo, entre otras cosas, la primera vez en visitar algunas bibliotecas, los primeros libros que leí y terminé en una de ellas y las personas que conocí.
Entrar al universo (que otros llaman la Biblioteca) y enfrentarse a la magnitud espacial, bibliográfica y de ideas, es quizás una sensación indescriptible, muchos de esos momentos y lugares son especiales para mí: la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, el Parque Biblioteca Fernando Botero en el corregimiento de San Cristóbal (Medellín), la Biblioteca Público Corregimental San Sebastián de Palmitas (Medellín), la Biblioteca Nacional de Colombia (Bogotá), la Casa de la Literatura Infantil (Medellín), la Biblioteca Luis Ángel Arango (Bogotá), la Biblioteca Vasconcelos (CDMX). Al conocer una ciudad o municipio es para mí fundamental conocer también su biblioteca, museo y, en lo posible, archivo. Entre las lecturas que comenzaron y terminaron en bibliotecas, recuerdo La muerte en Venecia de Thomas Mann, Flores en el ático de V. C. Andrews, Viaje a pie de Fernando González y Calila y Dimna: el libro del soberano y del político de Baidaba.
En mi trabajo como bibliotecario alrededor del proyecto de promover lecturas, escrituras y oralidad, conocí voces diversas de los protagonistas de esos espacios, los lectores. Sin duda, recuerdo a los jóvenes que al igual que yo, en otro tiempo, leímos a Horacio Quiroga, José Saramago y Elisa Mújica, lectores que me hablaron de sus bibliotecas personales, de las ediciones que anhelaban, de las noticias del momento, de los eventos de ciudad, señoras que me contaron de cómo bordaban poemas para sus seres queridos y de como para muchos, fue la biblioteca lugar de cobijo y protección.
Otras cosas quedan por fuera, quizás por el resguardo mismo en la intimidad de la memoria, o quizás, por el detalle especial y profundo que a un lector le implica contar sobre lo que lee o lo que vive: el libro que perdí, el libro que oculté, el lector que nunca me dijo su secreto, la búsqueda interminable de notas, comentarios y dedicatorias en algunos ejemplares, los torneos de crucigramas, la magia de destapar una caja de libros nuevos, o historias de otros bibliotecarios, como la vez que encontraron un señor que pasó la noche dormido en la biblioteca, alguien que tuvo para sí el privilegio onírico de habitar una noche entre libros:
Sueña el que á medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Pedro Calderón de la Barca. La vida es sueño (1635)- Monólogo de Segismundo.
La memoria es, sin duda, una dimensión social y personal fundamental de la vida en comunidad y biblioteca; volver sobre ella es un ejercicio de resistencia al olvido, como forma extrema de muerte. “La biblioteca pública es el lugar donde pueden convivir distintas memorias, distintas terquedades y caminar sin empujarse ni agredirse, es institución de memoria viva, es comunidad” (Castrillón et al., 2017). ¿Y tú, lector? ¿Qué memorias tienes desde o sobre las bibliotecas?
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Referencias
Borges, J.L. (2005). Obras Completas I: La Biblioteca de Babel. Barcelona. RBA.
Calderón de la Barca, P. (2001). La vida es sueño. Autral
Castrillón, S.; Guzmán, D.; Guarín, S. y Álvarez, L. (2017). Bibliotecas como escenarios de paz. Biblioteca Nacional de Colombia. Red Nacional de Bibliotecas Públicas.
Jelin, E. (2002). Los trabajos de la memoria. Madrid, Siglo XXI de España editores
Unesco- Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (1994). Manifiesto de la Unesco en favor de las bibliotecas pública. Paris: Unesco.
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Maestrante en Educación con énfasis en pedagogía y diversidad cultural de la Universidad de Antioquia. Bibliotecólogo de la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la misma universidad. Integrante de la línea de investigación Bibliotecas desde Abya-Yala: Sociedades y Culturas del Sur del Grupo de Investigación Información, Conocimiento y Sociedad. Email: juan.lopera9@udea.edu.co; ORCID: 0000-0002-7581-7029
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