
El sistema nos vacía la memoria, o nos llena la memoria de basura, y así nos enseña a repetir la historia en lugar de hacerla.
Eduardo Galeano. «Divorcios». En El Libro de los Abrazos, 1989.
Para sustentar nuestra práctica laboral y profesional actual [1], inmersa en una realidad marcada por «crisis» de distintas categorías y un origen común, y para superar el creciente número de problemas e inconvenientes que tales «crisis» acarrean y a los que irremediablemente tenemos que hacer frente a distintos niveles (como trabajadores, como profesionales, como ciudadanos, como miembros de una comunidad, como proveedores de un servicio), los bibliotecarios necesitamos un ideario, un marco teórico, unas estructuras, unos métodos y, en definitiva, unas respuestas que la bibliotecología —como disciplina académica— y las escuelas de bibliotecología —como transmisoras y reproductoras oficiales de esa disciplina— pocas veces proporcionan [2].
¿El motivo? Dentro de las estructuras académicas y oficiales de la profesión, tales elementos no abundan: el desarrollo teórico-práctico y las políticas avanzan despacio y, por lo general, en direcciones que no siempre se acercan ni a lo urgente ni a lo verdaderamente importante [3]. Los bibliotecarios podremos contar con una extensa bibliografía, una batería de directrices reguladoras y declaraciones de buenas intenciones, complejas herramientas informáticas y digitales, congresos y comités en los que se repiten incansablemente los mantras de moda, ingentes cantidades de palabras escritas en todos los idiomas y, sobre todo, la neutralidad y la novedad-innovación por banderas. Pero, con todo, seguimos enfrentándonos a muchas de las dificultades cotidianas y a la práctica totalidad de los problemas teóricos, éticos e ideológicos que ya nos aquejaban hace diez, treinta o cincuenta años. Y, en gran medida, seguimos desesperando ante ellos, huérfanos de soluciones, librados a lo que nuestro propio ingenio individual y nuestro sentido común y solidario colectivo tengan a bien ofrecernos.
Semejante panorama induce a sospechar que, a la hora de la verdad y a pie de calle, muchas de las cosas que se nos venden como «logros», «avances» o «herramientas» a disposición de toda la comunidad profesional parecen estar algo huecas y servir más bien para poco. La sospecha de que no somos más que gigantes con pies de barro se acentúa cuando los bibliotecarios (sobre todo los «de trinchera»: populares, públicos, municipales, escolares, rurales…) asistimos a conferencias o clases, leemos artículos o libros de texto o participamos en seminarios o talleres bibliotecológicos esperando obtener al menos un puñado de ideas básicas (reales, reconocibles, inteligibles y aplicables) que nos ayuden a superar los escollos con los que batallamos a diario, y terminamos saliendo de esos eventos o dejando los escritos a un lado tan vacíos como llegamos a ellos, quizás un poco confundidos, frustrados y/o enfadados, a veces sintiendo que sabemos bastante más acerca de la realidad que los expertos y gurúes de turno, y preguntándonos si la pérdida de tiempo valió la pena (o para qué lo perdimos en primer lugar).
En sus desarrollos, estudios e investigaciones, la bibliotecología (la «ciencia que estudia las bibliotecas en todos sus aspectos») y la biblioteconomía (la «disciplina encargada de de la conservación, organización y administración de las bibliotecas») parecen haberse conformado con un «qué es una biblioteca» algo genérico o superficial y, sobre todo, en un «cómo gestionarla» totalmente adaptado al actual modelo socio-económico mercantilista-consumista hegemónico (el cual, en la práctica, suele convertir la pregunta anterior en «cómo explotar una biblioteca y extraer de ella la mayor cantidad de beneficios posibles, directos e indirectos»).
No se han tratado en toda su profundidad y amplitud temas como «por qué y para qué existe una biblioteca» o «cuál es el significado y cuáles son los límites de nuestra labor», yendo más allá de las respuestas obvias. Tampoco suelen encararse asuntos como el «cómo gestionar la biblioteca… cuando no se disponen de todos los recursos que, idealmente, se deberían tener (lo cual ocurre casi siempre)» o «cómo interactuar con una comunidad de usuarios llena de problemas… y no lavarse las manos y evitar responsabilidades y compromisos en el intento». A decir verdad, todavía está por abordarse la pregunta inicial, «qué es una biblioteca», desde una perspectiva crítica y social.
Quizás porque no gustan de meterse en atolladeros o en campos que de seguro encontrarán llenos de espinas, bibliotecología y biblioteconomía han optado por seguir otros caminos (en la actualidad, una carrera hacia adelante priorizando los aspectos tecnológicos de la disciplina) y han dejado la respuesta a tales cuestiones —que han intentado minimizar y ningunear por todos los medios a su alcance— en manos de los pocos que deseen ocuparse de ellas. Ese rol ha sido asumido, por lo general, por corrientes de pensamiento y acción bibliotecarias (englobadas bajo el rótulo de «bibliotecología crítica», «social» o «progresista») que los puristas no se dignan siquiera a considerar como «bibliotecología» sino más bien como una mezcla difusa, heterogénea y algo pintoresca de teorías, métodos, compromisos y posiciones «externas» a la disciplina. Una mezcla que suele provocar recelo (o rechazo) por su alto contenido político, filosófico y social, y por su forma de analizar críticamente la realidad, de comprometerse con ella y de intentar actuar en consecuencia.

*De compromisos ciertos y rebeldías falsas es un ensayo escrito por Edgardo Civallero y compuesto en cuatro partes que se publicarán consecutivamente en los siguientes números de esta revista [el editor].
Notas
[1] Una práctica que no sólo incluye las tareas bibliotecarias más habituales sino también la toma de decisiones estratégicas y los posicionamientos públicos de la biblioteca, el diseño de políticas y servicios y, sobre todo, la relación con la comunidad de usuarios en general, el apoyo a sus iniciativas y la estructuración de respuestas adecuadas a sus reclamos, búsquedas, inquietudes y necesidades colectivas.
[2] «What they’ve learned in school does not have anything to do with social activity and participation. They conceive the library as a space closed to the exterior, a space to be ordered for the efficient and quick information flux. They conceive it as a department store, where everything they sell has been efficiently classified and tagged by tradition and authority, and therefore, does not show any ambiguity at all. They appear apathetic to social conflicts and political activity, and do not consider these issues as a context where public libraries are involved». Castillo, Ángel; Martínez, Carlos (2008). Library Science in Mexico: A discipline in crisis. Progressive Librarian, 31, p. 35.
[3] Entendiéndose como parte de «lo verdaderamente importante» el exitoso cumplimiento de la misión básica de cualquier biblioteca: proporcionar un servicio que responda a las expectativas y necesidades de los usuarios (y no a las de un gobierno, un lobby, una empresa, una institución, una tendencia, unas estadísticas, una moda, etc.)
Lecturas
1. Civallero, Edgardo (2004). ¿Peones o reyes? Algunos pensamientos en torno al rol del bibliotecario en el tablero de la ‘Sociedad de la Información’. Librínsula: La isla de los libros, (37), 1-2.
2. Civallero, Edgardo (2020). Bibliotecas en los márgenes.
3. Lankes, D. (2014). Radical conversations: Defining a library.
4. Mark Rosenzweig. Libraries at the end of history? Progressive Librarian, 2 (1990), pp. 2-8.
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Licenciado en Bibliotecología y Documentación por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Ha trabajado en el desarrollo de bibliotecas en comunidades indígenas sudamericanas, recuperando tradición oral y lenguas amenazadas. También se ha desempeñado como docente, investigador académico, conferencista y escritor. Más artículos del autor en su web personal: www.edgardocivallero.com