A diferencia de sus colegas en otros campos de la actividad social, el bibliotecario se muestra extrañamente desinteresado por los aspectos teóricos de su profesión. (…) Aparentemente, el bibliotecario se queda solo en la simplicidad de su pragmatismo.
Lee Pierce Butler. En An Introduction to Library Science, 1933.
Es innegable que los bibliotecarios utilizamos continuamente las herramientas y los procesos diseñados por la bibliotecología y la biblioteconomía[1] transmitidos a través de las currículas de escuelas y facultades (aunque la mayor parte de las bibliotecas a lo largo y ancho del mundo trabajan sin muchos de ellos y, aún así, siguen funcionando y cumpliendo su misión y sus objetivos, a veces incluso de forma más comprometida con su realidad que las demás).
Igualmente, innegable es que, así como empleamos esas herramientas y procesos, precisamos de una serie de elementos (tanto teóricos como empíricos) que actúen como base segura para nuestra labor: métodos, conceptos, valores, reflexiones y razonamientos que sirvan de brújula para situarnos en nuestro contexto personal, laboral, sociopolítico local y global, y de punto de referencia para avanzar en todo momento, pero, sobre todo, en tiempos inciertos. Sin embargo, tales elementos no siempre se encuentran con facilidad. Por exponerlo gráficamente, la práctica bibliotecológica actual se asemejaría a un edificio dotado de los más complejos avances, pero construido con unos cimientos débiles; el primer vendaval o el más ligero temblor de tierra convertirán a esa magnífica estructura en algo inservible o, cuanto menos, en algo severamente dañado, que no logrará cumplir sus funciones como se pretendía.
Curiosamente, la bibliotecología y la biblioteconomía no suelen (pre)ocuparse demasiado en el diseño y elaboración de esos cimientos que sí han sido incluidos en las reflexiones y propuestas de esa «bibliotecología crítica» o «social» tenida en tan poca consideración.
¿Cuántas veces, en escuelas de bibliotecarios, se habla de cómo reaccionar ante una persona desempleada que acude a la biblioteca a buscar soluciones? ¿O ante una que está a punto de perder su casa porque el banco la piensa desahuciar, o que debe revisar los contenedores de la basura si quiere comer? ¿Cuántas veces se explica qué hacer ante una estantería vacía de libros, unos presupuestos agotados, una demanda de lectura decreciente? ¿O ante un techo que se cae, una red informática que no sirve y un depósito de libros empapado o comido por los insectos, a los que nadie pretende dar solución? ¿Sabrían cómo liderar a un equipo de trabajadores sin idea alguna de lo que es una biblioteca? ¿En alguna ocasión les dijeron cómo proceder si el gobierno los censura, si la autoridad los presiona o alguien pone en jaque sus derechos civiles o los de sus usuarios? ¿Mencionaron cómo involucrar a la comunidad en las actividades y servicios bibliotecarios (y no, no hablo de la «bibliotecología 2.0»)? ¿Les informaron de que ser bibliotecario casi nunca es un idílico «estar entre libros», sino que hay mucho más, y que puede ser bastante duro y conllevar muchísimo esfuerzo y sacrificio personal? ¿Comentaron cómo manejar semejantes durezas? ¿Pronunciaron en alguna ocasión palabras como «compromiso», «solidaridad» o «responsabilidad»? Es más: sin irnos a cuestiones tan… «extremas»… ¿Sabrían cómo armar una biblioteca de la nada? ¿Cómo diseñar unos servicios desde cero teniendo en cuenta las necesidades de la comunidad? ¿Sabrían detectar esas necesidades? ¿Serían capaces de dar una buena atención con el servicio de internet o de electricidad cortados por impago, o las computadoras estropeadas?
Esas situaciones son algunas —solo algunas— de las que conforman el pan de cada día de decenas de miles de bibliotecarios en todo el planeta. Y aunque revistas, blogs y congresos profesionales nos las vendan como «rarezas» o «límites que pocas veces se alcanzan», no lo son: son más habituales de lo que parecen. Si nos referimos a porcentajes, serían la mayoría, la norma. Basta recorrer un continente —digamos América del Sur— para encontrar usuarios de la biblioteca desplazados por un conflicto armado, golpeados por el hambre o una epidemia, aterrorizados ante unas expectativas de futuro que los hunden en el fondo de un pozo sin escaleras de salida. O bibliotecas cayéndose a pedazos, o estirando las últimas monedas de sus fondos, o quedándose progresivamente sin personal y sin libros… O bibliotecarios tan desesperados como sus visitantes, porque además de profesionales con una responsabilidad son trabajadores a punto de perder sus empleos, ciudadanos con los derechos mermados y las libertades recortadas, padres con hijos que no son educados y abuelos que no son cuidados, y, en definitiva, seres humanos afectados por los mismos problemas que golpean al resto de su comunidad.
Puestos en semejantes encrucijadas, muchos bibliotecarios echan la desesperada vista atrás, a sus recientes o pasados años de formación o capacitación (si es que los tienen, lo cual no siempre es ni debe ser el caso), y rebobinan todo lo aprendido buscando infructuosamente alguna pista que les permita salir del brete. O revisan textos y libros sobre el arte y la ciencia de llevar adelante una unidad de información. Pero, entre tantas normas y reglas, técnicas e historias, no siempre encuentran referencias que les ayuden a lidiar con las situaciones a las que se enfrentan. No suelen hallar, aunque sea, un clavo ardiendo al que agarrarse.
De modo que no tienen más remedio que construir sus propias soluciones. A su medida. A su ritmo. Improvisando, si hace falta. O buscando inspiración en las experiencias de sus vecinos.
Hoy por hoy (aunque podríamos remontarnos a varias décadas atrás) la gran mayoría de los bibliotecarios nos vemos forzados a inventar nuestra práctica laboral y profesional día a día; a re-inventarla si es preciso, y a re-re-inventarla, si nos apuran. Algunos son más imaginativos, otros no lo somos tanto. Pero hacemos lo mejor que podemos, porque otra no nos queda. Porque no podemos permitirnos el lujo de ser neutrales o indiferentes, o de quedarnos al margen, o de sentarnos a esperar un milagro, o de confiar en que algún ministerio o el gurú bibliotecario de turno venga a salvarnos. Porque el mundo no se detiene a esperarnos y las crisis no nos perdonan, ni a nosotros, ni a nuestras bibliotecas, ni a nuestros usuarios. Y porque no nos educaron, entrenaron o formaron para hacerlo de otra manera.
Notas
[1] Sobre este punto hay mucho que discutir. ¿Hasta qué punto la bibliotecología construye categorías desde un punto de vista teórico, y hasta dónde los adquiere, prácticamente sin adaptación o análisis alguno, de otras disciplinas? Se ha señalado la necesidad de un mayor trabajo teórico y metodológico dentro de la bibliotecología, y el desarrollo de categorías propias, adaptadas a sus necesidades y realidades.
Lecturas
1. Civallero, Edgardo (2006). Responsabilidad social del bibliotecario en América Latina: Un [fallido] intento de ensayo. Biblios. Revista electrónica de Ciencias de la Información, 7 (23), 1-8.
2. Civallero, Edgardo (2013). Aproximación a la bibliotecología progresista. El Profesional de la Información, 22 (2), 155-162.
3. Rosenzweig, Mark (2000). Ten Point Program.
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Licenciado en Bibliotecología y Documentación por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Ha trabajado en el desarrollo de bibliotecas en comunidades indígenas sudamericanas, recuperando tradición oral y lenguas amenazadas. También se ha desempeñado como docente, investigador académico, conferencista y escritor. Más artículos del autor en su web personal: www.edgardocivallero.com