
BREGAR. La difícil tarea de sacar adelante las bibliotecas en contextos de burocracias desfavorables.
En el Perú ser bibliotecario es un acto de valor. La noble profesión que nos coloca como engranaje entre la ciudadanía y un mundo de oportunidades, nos pone también retos muchas veces infranqueables. Y es que la realidad de las bibliotecas públicas en el Perú no es de las mejores. En el caso de aquellas gestionadas por la comunidad, las posibilidades de desarrollo recaen en sus propias manos y con ingenio y mucho trabajo, se mantienen a flote. En el caso de las municipales, la responsabilidad cae en manos de la gestión local, lo que las lleva por el laberinto de la burocracia estatal. Y aquí podríamos enumerar una retahíla de condiciones, situaciones y vacíos que ponen a prueba nuestra vocación de servicio. Como ejemplo, tres componentes clave: colecciones, presupuesto e infraestructura.
El desarrollo de colecciones en bibliotecas públicas municipales, especialmente los descartes, suele tener un desfase frente a los reglamentos de altas y bajas de los bienes muebles de los propios municipios, pues en algunos casos sí señala claramente que el libro como tal es un bien mueble, en otros no. El hecho que lo consideren patrimonio municipal puede jugar en contra para los procesos de expurgo. Lo anterior, sumado a la concepción errada de parte de las autoridades ediles que “más libros” equivale a “mejores bibliotecas” muchas veces nos condiciona a no descartar ningún ejemplar por la misma normativa mencionada y porque el libro, como objeto en sí, muchas veces está sobrevalorado y no se nos permite actuar sobre la evaluación del estado físico, la pertinencia y actualidad de su contenido, el tipo de edición o la bibliodiversidad en general. Se hace necesario y urgente que los equipos bibliotecarios diseñen una política de desarrollo de colecciones que se apruebe por las instancias municipales respectivas a fin de tener el respaldo legal para gestionar las colecciones de forma eficiente y eficaz.

En esta misma orilla, la adquisición de nuevos títulos muchas veces resulta en un imposible pues la gran mayoría de este tipo de bibliotecas no cuenta con presupuesto destinado a compras bibliográficas, por lo que la recepción de donativos es el único camino que se tiene para incrementar la colección. Inclusive en los casos en que se logran canalizar compras, las áreas logísticas alargan dicho proceso entre términos de referencia engorrosos y detalles administrativos que cuando al fin las órdenes de compra ven la luz, los stocks de los proveedores ya se agotaron y se hace necesario empezar el proceso nuevamente. Por ahora, la emergencia sanitaria terminó por reducir los presupuestos y, a este punto, las bibliotecas no son consideradas como prioridad en inversión.
Esta carencia de presupuesto también impacta negativamente en la infraestructura, tanto física como tecnológica. En algunos casos, si es que existe la biblioteca como tal, está condicionada a un espacio minúsculo dentro de las instalaciones municipales, o lo que es ya clásico, los espacios inicialmente destinados a biblioteca han sido invadidos, poco a poco, por otras áreas municipales, inclusive llegando a reducirla a un simple depósito de libros. Asimismo, el deterioro se aprecia en el mobiliario para los usuarios como en las estanterías que cobijan las colecciones. Si es que se cuenta con computadoras, son equipos al borde de la obsolescencia y con restringido o nulo acceso a internet. Esta pandemia ha evidenciado la urgencia de la implementación de infraestructura tecnológica y plataformas digitales a todo nivel y las bibliotecas no escapan a ello.

Frente a esta situación, como bibliotecarios tenemos la misión de seguir remando contra la corriente como lo hemos venido haciendo, pero sobre todo, es necesario trabajar en un proyecto a largo plazo para posicionar el quehacer bibliotecario en el imaginario de las autoridades públicas. ¿Y cómo logramos esto? Diseñando un plan para estrechar lazos con la comunidad —en primera instancia— y luego en aquellos que, de alguna u otra forma, tienen poder de decisión. Como bien dice el dicho “nadie ama lo que no conoce”. Y para lograr sumar aliados a todo nivel, lo que toca hacer es darnos a conocer, difundir nuestros servicios, nuestra historia, crear relaciones y sumar en la construcción de la identidad de nuestra comunidad. Solo así nuestras bibliotecas, poco a poco, ganarán presencia dentro de la administración pública y posicionaremos sus servicios como una ventana para generar valor público, así como para ampliar las oportunidades de desarrollo de las comunidades a las que servimos.
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Licenciada en Bibliotecología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es magíster en Educación por la Pontificia Universidad Católica del Perú, y diplomada en Gestión Cultural, así como en Educación y Tecnologías de la Información y Comunicación por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. En la actualidad es subjefe de Biblioteca de la Asociación Cultural Peruano Británica.
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Buenas tardes. Hace tres lustros empecé a interesarme por las bibliotecas en general, a partir de conocer las de USA. Empecé a investigar y conseguí publicar una docena de artículos y otro tanto de traducciones. Es bueno su artículo pero podemos y debemos hacer más. Ser más proactivos, dejar esa imagen de descuido tanto de la legislación de bibliotecas públicas como de las bibliotecas escolares de las escuelas del estado. Los grandes colegios tenían buenas bibliotecas hasta hace medio siglo. Y personal calificado. Hoy son un desastre y por lo común ni las UGEL ni las GRE tienen especialistas profesionales del ramo. El MINEDU no está manejándolas adecuadamente y eso no es nuevo. A especialistas como Thratemberg o Idel Vexer no les importa. Saben que los grandes colegios privados y los colegios mayores las tienen, pero no les importan los demás. Estoy a vuestra disposición.
Celular: 944668453