Un proyecto de fomento de la lectura en México ha logrado transformar la vida de niños y jóvenes en situación vulnerable, llevándoles esperanza y el sueño de un futuro mejor.
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La vida me llevó a Rioverde (San Luis Potosí, México) un cálido agosto de 2012 y desde ese momento me propuse, como bibliotecaria pero sobre todo como lectora, hacer algo para que las personas que habitaban esa ciudad tuvieran a su alcance la posibilidad de amar la lectura como yo lo hago.
Al inicio fue complicado llegar a una ciudad que, aunque hermosa, no tenía ni una sola librería, ni programas de lectura en la universidad, y el índice de lectura era tan bajo que aún hoy existen personas jóvenes analfabetas.
La situación en la biblioteca universitaria no era terrible, sus instalaciones son fantásticas, pero no existía una colección de literatura: ni un solo libro para distraer la mente un rato. Sus colecciones se conformaban por libros de texto y algunos mapas.
La primera acción que emprendimos para generar el proyecto fue gestionar la creación de la colección de literatura en la universidad. El recurso que gestionamos se estableció de manera permanente y así, las colecciones de literatura de la biblioteca universitaria se han incrementado año tras año. Transcurridos seis meses de mi llegada y con una colección creciente de literatura, en enero de 2013 iniciamos un club de lectura que, desde 2017, sigue funcionando de manera ininterrumpida.
Entonces, tras gestionar espacios, recursos y actividades en favor de la lectura dentro de la Universidad y luego de estar reuniéndonos dos años consecutivos todos los jueves para el club de lectura, nació Rioverde está leyendo. El club fue un paso importante que tuvimos que dar primero porque nos permitió dos cosas: consolidarnos como equipo, ser amigos y, sobre todo, lectores; y compartir una misión y un objetivo en común. Cuando iniciamos el club, muchos de los chavos jamás habían leído nada en su vida mientras que, dos años después, estaban listos y deseosos de compartir sus lecturas en la ciudad.
Cuando el proyecto comenzó, no contábamos más que con 28 chavos voluntarios de la universidad e integrantes del club. No teníamos ningún otro recurso, los libros de los que disponíamos eran de la biblioteca, aquellos que se habían comenzado a comprar con el recurso obtenido dos años atrás. Tampoco teníamos ninguna formación que nos permitiera promover la lectura adecuadamente (excepto yo, como bibliotecaria, pero no como mediadora o promotora de lectura, esa formación la tuve luego) pero eso tampoco fue un obstáculo para emprender el proyecto.
Muchos años atrás, yo solía fabricar títeres con materiales reciclados como los tubitos del papel de baño, trapos viejos, etc. En aquella época universitaria me gustaba inventar y contar cuentos así que retomé la práctica y comencé a enseñar a los chicos lo poco que sabía. Uno de los chicos más entusiastas era David Bautista, quien cuando comenzó el proyecto estaba en cuarto semestre de ingeniería mecatrónica, no conforme con ello, trabajaba por las noches como velador en un supermercado. Recuerdo que cuando comenzamos a contar los cuentos en la casa hogar de la ciudad, David venía a la biblioteca apenas salía de sus clases para practicar los cuentos conmigo. Muchas veces nos fuimos sin comer y a él no le importaba, incluso si la noche anterior no hubiera dormido por el trabajo, él se convirtió en cuentacuentos.
Cuando comenzamos a ir a la casa hogar, uno de los integrantes del club, gran amigo ahora, Erick Negrete, me regaló un libro que encontró en su casa. Era un libro muy particular pues ni siquiera tenía pasta y sus hojas eran de papel estraza, como de pan. Te traigo este libro para que sepas a lo que te enfrentas —me dijo—. Hay situaciones muy difíciles que viven los niños huérfanos y quiero que estés consciente. El libro era de 1996 y era un conjunto de historias de niños que en esa época habitaron el lugar y que ellos mismos habían escrito. Erick tenía razón; en las casas hogar hay niños que vienen de situaciones inimaginables.
Una de las historias más bellas que guardo en mi corazón sucedió cuando, en una de las visitas que hicimos a la casa hogar, acabábamos de leer y de jugar con los niños, entonces uno de ellos tomó de entre mi mochila el libro que Erick me había regalado, y comenzaron a gritar: “¡Que nos lea este!”. Yo no quería. No era mi intención que revivieran lo que tal vez habían vivido de manera similar a los niños de aquellos años; algunos niños que habitan ahí vienen de las calles, muchos, aunque tengan entre 8 y 12 años, no saben leer o leen con dificultad, así que, al principio de nuestras visitas, ellos preferían que fuéramos nosotros quienes leyéramos en voz alta. En fin, no pude resistir la presión y, al ver que entre ellos se arrebataban el libro, tuve que leerles las historias.
Uno de los “cuentos” se llamaba No me lleven con los mariguanos, que trataba de un niño que se había encontrado unas monedas en la calle y compró unos Doritos y una coca porque tenía hambre, y narraba que antes de llegar al CODI (la casa hogar) los policías lo metieron a una celda toda una noche. “La celda de los mariguanos“, dijo él. Desde entonces les tenía miedo a los policías.
“Muchas veces las personas piensan que uno siempre va a hacer cosas malas”, me dijo un niño cuando acabé el cuento. Los niños que habían vivido en situación de calle comenzaron a aportar respecto a ese relato: “No somos malos niños”, me decían.
El siguiente cuento trataba de un niño del CODI cuyo sueño era ser maestro de karate cuando creciera; en el relato, el niño decía: “Voy a regresar al CODI cuando crezca y les voy a enseñar karate a los niños que vivan aquí, y los voy a obligar a correr varias cuadras”. En el libro venía el nombre y la foto de ese niño. Una de las niñas me arrebató el libro y gritó: “¡Es el maestro Ceferino! ¡El maestro Cefe era niño CODI!”. “¡Un niño CODI!”, gritaban a todo pulmón. “Es nuestro maestro de karate”, me dijo uno de los niños que no cabía de la alegría.
“Maestra —me dijo una de las niñas más pequeñas con tanta ternura mientras todos seguían gritando—, si el maestro Ceferino era niño CODI y se hizo maestro como él quería de niño, yo también puedo ser maestra cuando crezca, ¿verdad?”. Mis ojos se llenaron de lágrimas, así como los de todos los chicos del club que estaban conmigo esa tarde, pues entendimos que los niños se sintieron identificados, y que la lectura les trajo lo mejor que puede dar: esperanza. El maestro Ceferino cumplió su sueño y ellos también podrían cumplirlo.
Dejé Rioverde en diciembre de 2018 para comenzar otro proyecto de vida, pero quise compartir estas memorias de un proyecto que llevaré por siempre en mi corazón.
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Bibliotecaria académica con más de 14 años de experiencia en el campo de la información y la educación. Me apasiona promover la cultura y el conocimiento, y por eso he realizado estudios de maestría en Estudios de la Información y en Educación Basada en Competencias, así como diplomados en educación constructivista, bibliotecas escolares, fomento a la lectura, y organización de archivos. Mi objetivo es contribuir al desarrollo de bibliotecas innovadoras y accesibles, que respondan a las necesidades y expectativas de los usuarios. Me considero una profesional comprometida, creativa, y entusiasta, que busca constantemente actualizar sus conocimientos y habilidades. Pero, sobre todo, soy una apasionada lectora.
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Que hermoso es llevar esperanza a los peques, no sabemos cuánto impactara en su futuro. felicidades