El autor de El orden de los libros, el historiador francés Roger Chartier, uno de los más destacados estudiosos de la historia de la cultura escrita, estuvo en Lima invitado por la Embajada de Francia y la PUCP. Chartier es profesor emérito del Collège de France y director de estudios de l’École des hautes études en sciences sociales (EHESS).
Entrevista
César Chumbiauca
—Imagine que ha leído una novela muy buena sin saber mucho de su autor. Luego se entera de que el autor afirma que alcanzó cierta maestría en el manejo de la inteligencia artificial, tanto en forma y fondo, para complementar su propia escritura en la obra que usted leyó. ¿Le decepcionaría eso?
Tres observaciones en cuánto a la “inteligencia artificial”. En primer lugar, la expresión me parece un oxímoron si se define la inteligencia no sólo como un modelo de razonamiento lógico que puede ser reproducido por una máquina, sino también como la capacidad humana de comprender, domar y sacar partido de situaciones particulares. El Diccionario de la Real Academia Española hace hincapié en la característica de una inteligencia que puede simular la inteligencia humana en sus procedimientos de razonamiento y aprendizaje. Sin embargo, sus definiciones de inteligencia humana no se limitan a estas operaciones cognitivas. En el Diccionario la inteligencia está también definida como “habilidad, destreza y experiencia”, como “comprensión”, como “capacidad de resolver problemas”, lo que implica la curiosidad, las emociones y los sentimientos propios del ser humano. De ahí las reticencias hacia la expresión “inteligencia artificial” y la preferencia por otras formulaciones como “computación algorítmica” o “inteligencia auxiliar”.
En segundo lugar, una fuerte preocupación nació con la inteligencia artificial generativa capaz de producir contenidos originales movilizando los inmensos recursos de las bases de datos que ofrecen las bibliotecas digitales y los archivos de internet (y sus prejuicios racistas o machistas). Se han multiplicado los ejemplos espectaculares de estas creaciones con la composición de la décima sinfonía de Beethoven, las fotos falsificadas, la proliferación ad infinitum de las obras autoeditadas, los textos plagiados. Para disipar la ilusión de una presencia humana en los textos producidos automáticamente, la actividad editorial puede o debe respetar ciertas normas éticas y reglas jurídicas que imponen la transparencia, con la necesaria indicación del origen (humano o no) de los textos e imágenes, la responsabilidad penal de los productores de contenidos y la protección de la propiedad y privacidad de los datos personales. Las normas y reglas pueden establecerse por ley, por decisiones de las comunidades científicas y editores de las revistas académicas, o por contrato (por ejemplo, la opción opt-out con la cual un autor prohíbe la libre disposición de obras en archivos digitales).
En tercer lugar, la inteligencia artificial se está convirtiendo en un poderoso instrumento para redistribuir las tareas, redefinir los puestos de trabajo y transformar la producción textual. En cada una de estas dimensiones se encuentran amenazados los conceptos fundamentales de la cultura escrita, definidos a partir del siglo XVIII por el vínculo entre las nociones de originalidad de las obras, responsabilidad del autor y propiedad intelectual. A estas tres nociones se oponen término a término en la inteligencia artificial la disponibilidad pública de los escritos, el anonimato de la escritura automática y la reutilización o el plagio de textos ya escritos. La revolución de los agentes conversacionales no es sólo una revolución técnica en el acceso a la información, como lo fueron la aparición de la escritura, la invención de la imprenta o, tal vez, la revolución de Internet, sino también una ruptura con las categorías más esenciales que han construido nuestro orden de discursos.
Debemos tomar consciencia de los peligros nuevos llevados por la supuesta “inteligencia artificial”: la producción de falsificaciones que pueden pasar por auténticas, la composición de textos que son una forma sutil del plagio o el desarrollo de técnicas que destruyen la privacidad o la libertad de los individuos sometidos a la tiranía de los algoritmos.
—En las universidades de todo el mundo el paper se ha posicionado por encima de otras formas escritas como el ensayo, incluso en las humanidades. ¿Qué podemos haber ganado o perdido en la manera como se produce el conocimiento en las universidades?
El mundo digital no trasforma solamente la percepción de la materialidad de los textos, sino que modifica también nuestras maneras de leerlos, entenderlos, movilizarlos. Es la primera vez en la historia de larga duración de la cultura escrita que se encuentran separados el objeto y el texto, la materialidad del soporte y el discurso que soporta. En el Siglo de Oro, la comparación del libro con el ser humano expresaba esta indisociable relación ya que el libro tiene alma y cuerpo. En el siglo XVIII, el libro fue pensado como la relación entre un objeto producido por el taller tipográfico y un discurso dirigido por el autor al público que lee. Con los aparatos del mundo digital (computador, tableta, móvil) esta vinculación desaparece.
Esta diferencia esencial tiene importantes consecuencias. En primer lugar, establece una continuidad morfológica entre distintas categorías de discurso: mensajes en las redes sociales, informaciones (o desinformaciones) en las páginas web, libros y artículos electrónicos o digitalizados. De este modo, desaparece la percepción de su diferencia basada en su propia materialidad: libro, artículo, paper, etc.
Además, la lectura digital habituada a la apropiación de textos breves, los de las redes sociales, transforma la relación entre el fragmento textual y la totalidad del discurso. En un libro impreso, la relación entre cada elemento (un capítulo, un parágrafo, una frase) y la totalidad de la obra se hace visible por la forma material del objeto. Cada fragmento se encuentra ubicado en su lugar y desempeña un papel específico en la narración, la demostración o la argumentación. En el texto electrónico esta relación desaparece. El fragmento adquiere autonomía, independencia. Tal vez deja de ser un “fragmento” porque el fragmento supone una totalidad a la cual pertenece o pertenecía.
Finalmente, una de las transformaciones más importantes de las prácticas de lectura consta en su aceleración. Las investigaciones sociológicas han demostrado que la lectura de textos electrónicos, cualesquiera que sean, es una lectura apresurada, que sólo busca información o que desea llegar lo más rápidamente posible a la conclusión del análisis o al final de la historia. Estos usos impacientes se asocian a una falta de cuestionamiento de la veracidad del contenido difundido.
—Una pregunta clásica que seguramente le han hecho antes es “¿cree que el libro impreso va a desaparecer?”. Yo más bien le pregunto: “¿Por qué cree que el libro impreso no ha desaparecido”.
Me parece que debemos entonces desplazar el tema tan gastado de la “muerte del libro”. Hoy en día, no se trata tanto de la desaparición del objeto material que resiste en los hábitos de los lectores de libros, que en todas los países se quedan fieles al libro impreso. Las compras de libros digitales están siempre (salvo en los Estados Unidos) inferiores a 10% del mercado de libros. El libro impreso no ha desaparecido porque la noción misma de libro se queda suponiendo una vinculación indisociable entre el libro como discurso, como obra, y el libro como el objeto material que hace visible la totalidad y las articulaciones de este discurso. Pero esta percepción es la de la mayoría de los lectores de libros en un mundo en el cual lectura y libros se separan para los más jóvenes lectores. La última encuesta del Ministerio de la Cultura dedicada a las prácticas culturales de los franceses en 2018 mostraba que solamente 58% de los franceses que tenían entre 15 y 25 años declaraban haber leído por lo menos un libro durante el año anterior cuando este porcentaje era de 80% o más para las clases de edad superiores. Es claro que los jóvenes lectores digitales se alejan de esta forma de discurso particular que es el libro impreso, entendido como una arquitectura textual inmediatamente visible y cuyo sentido está producido por las relaciones entre sus diferentes partes. La consecuencia era la disminución del porcentaje global de lectores de libros entre los años 70 del siglo XX y nuestro presente. Podemos pensar que el libro va a morir o desaparecer cuando desaparezcan las generaciones de sus lectores.
—Si bien el libro impreso no ha desaparecido, ¿por qué no corren con igual suerte los diarios? Muchas grandes redacciones van camino a la quiebra.
Tal vez es un efecto desastroso de una falsa idea. Me parece que la manera de pensar la relación entre lo digital y lo impreso se queda fundamentalmente vinculada con la idea de la equivalencia y de la posible sustitución de uno por el otro. Lo vemos con las bibliotecas cuando quieren comunicar solamente las reproducciones digitales de sus colecciones. Lo hemos visto cuando revistas o periódicos decidieron suprimir su edición impresa considerando que la publicación en formato digital era equivalente. Lo vemos con los lectores para quienes leer un texto en su forma electrónica y su forma impresa es una misma cosa. Lo vemos también cuando no se diferencian más las prácticas requeridas o suscitadas por las redes sociales y las lecturas lentas y críticas exigidas por los libros.
Es un error creer que un texto se reduce a su contenido semántico y que es igual leer un texto frente a la pantalla y leer este “mismo” texto (de hecho, no es el mismo) en una edición impresa, antigua o moderna. No son experiencias equivalentes. La lógica digital es una lógica temática, jerárquica, algorítmica. Permite encontrar rápidamente lo que se busca. La lógica de lo impreso es una lógica de los lugares y del viaje. Permite encontrar lo inesperado, lo desconocido. Es esta lógica la que rige los espacios de la librería, las estanterías de la biblioteca, las páginas de los diarios, las partes que componen la arquitectura del libro.
Si para la lectura de los libros se mantiene la percepción de esta diferencia, no es lo mismo para otras prácticas u otros objetos de la cultura escrita —por ejemplo, los diarios o las revistas concebidos como un vehículo de artículos autónomos. Su lectura en la forma digital, que hace más fácil y rápido su encuentro a partir de las rúbricas temáticas, se vuelve dominante. El precio que se debe pagar es la pérdida de la percepción de la identidad (estética, ideológica, científica) de la revista o del periódico. Lo que une los artículos no es más su presencia en un mismo proyecto intelectual sino su pertenencia a una misma temática. Es un peligro mortal para el concepto mismo de revista y tal vez de diario.
La lógica digital es una lógica temática, jerárquica, algorítmica. Permite encontrar rápidamente lo que se busca. La lógica de lo impreso es una lógica de los lugares y del viaje. Permite encontrar lo inesperado, lo desconocido. Es esta lógica la que rige los espacios de la librería, las estanterías de la biblioteca, las páginas de los diarios, las partes que componen la arquitectura del libro.
—En su libro Homo videns: la sociedad teledirigida, Giovanni Sartori considera que el imperio de la cultura audiovisual, en detrimento de la cultura escrita, atenta contra el desarrollo del pensamiento abstracto en los niños y que afecta considerablemente la vida en democracia al facilitar la desinformación. ¿Está de acuerdo con eso?
Totalmente. Lo más preocupante de la lectura digital plasmada por los hábitos de las redes sociales es la transformación del criterio mismo de verdad. En la cultura impresa, establecer la verdad de una afirmación o información supone confrontarla con otras, ejercer un juicio crítico, establecer su grado de autoridad y veracidad. En la lectura moldeada por las prácticas de las redes sociales, el criterio de verdad se encuentra inscrito dentro de la red misma. Se pierde así la capacidad de juicio crítico cuando se desplaza el criterio de verdad desde la comprobación crítica hacia una certidumbre o credulidad colectiva, producida por la confianza ciega en la red social o en el grupo de discusión. La tecnología digital se transformó así en el más poderoso instrumento de la difusión de las teorías más absurdas, las noticias falsas, las manipulaciones del pasado, las falsificaciones de la realidad, el odio, la intolerancia y el racismo. Entonces, lo que está en juego, o en peligro, hoy en día, es la capacidad de nuestras sociedades para rechazar semejante erosión de los criterios de verdad, el abandono del juicio crítico, las reescrituras engañosas de la historia. Sin este rechazo se multiplicarán las situaciones como la que hemos visto el 4 de noviembre del 2024, con las elecciones en los Estados Unidos que muestran como la comunicación digital (la red X de Elon Musk, fuente inagotable de falsas informaciones) o la proliferación de afirmaciones sin ninguna veracidad pueden poner en peligro tanto el conocimiento verdadero, comprobado, como la deliberación democrática, pervertida por la movilización de las peores pulsiones, miedos y temores de los seres humanos.
—Junto a obras de cabecera para el estudio de la cultura escrita, como La aparición del libro de Lucien Febvre, La galaxia Gutenberg de Marshall McLuhan o Historia y poderes de lo escrito de Henri Jean-Martin, está Historia de la lectura en el mundo occidental, que usted dirigió con Guglielmo Cavallo. Cuéntenos cuál fue el proceso de creación de este libro, qué criterios se tuvo para seleccionar a los autores, cómo se ordenó y que pudo haberse quedado afuera.
Usted cita grandes clásicos que definieron los tópicos y métodos de la historia del libro (aún debemos decir hoy en día que Gutenberg no fue el responsable de la “aparición del libro” que en su forma codex nació en los siglos II-IV de la era cristiana y más temprano en la forma de los rollos de los griegos o romanos antiguos y en la forma de las tabletas en Sumeria). El proyecto colectivo construido con Guglielmo Cavallo y publicado en 1995 en su edición italiana intentaba desplazar la atención del libro a la lectura y de proponer tanto una historia cronológica de las transformaciones de las prácticas de lectura (entre oralidad y silencio, entre lectura intensiva y lectura extensiva) como una historia social de las comunidades de lectores (aristocráticas, eruditas, femeninas, populares, etc.) en una misma sociedad. Bien recibido y traducido en ocho lenguas, este libro fue un soporte para nuevas investigaciones sobre la lectura, o mejor dicho, las lecturas en todo el mundo.
Concebido hoy sería diferente, con más atención sobre los mundos coloniales y poscoloniales, sobre la circulación de los textos en una perspectiva de historias conectadas de la lectura, y, por supuesto, sobre la revolución digital o conversacional de la lectura. Esta conversa surgiere que podrían o deberían ser los temas de una historia de las prácticas de lectura en nuestro presente caracterizado por la coexistencia (¿pero por cuánto tiempo?) entre las lecturas de los objetos manuscritos e impresos y las lecturas frente a las pantallas.
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Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medio Ambiente y Salud por la Universidad Carlos III de Madrid. Licenciado en Bibliotecología por la UNMSM. Áreas de interés: periodismo científico, repositorios institucionales e industria editorial. Contacto: cesar_023@hotmail.com