La noticia de que el MIT canceló su suscripción con Elsevier por no cumplir con su marco de acceso abierto desarrollado por sus bibliotecarios, inevitablemente nos recuerda a Aaron Swartz, a quien algunos consideran un mártir de la corriente Open Access.
Aaron Swartz nació el 8 de noviembre de 1986 en Highland Park, Illinois, Estados Unidos. Sobre su vida se ha ocupado el documental El chico de Internet (2014), de Brian Knappenberger, que nos muestra a un personaje sobresaliente que desde niño mostró rasgos de inquieta curiosidad, pero no solo eso, sino también de ímpetu creativo. Sus cualidades hicieron que a temprana edad fuera cocreador de las RSS y posteriormente de las licencias Creative Commons que hoy en día usamos para subir tesis y artículos en nuestros repositorios. Después de un año de estudios, abandonó insatisfecho la Universidad de Stanford.
Si bien Swartz incursionó en los negocios a mediana altura, terminó dejándolo para dedicarse al activismo social en favor de las iniciativas de software libre y denunciando graves artimañas que descubrió después de recopilar grandes cantidades de información en Internet, por ejemplo, que los resultados de varios estudios científicos de instituciones académicas favorecían, intencionalmente, a ciertos sectores económicos a cambio de recompensas. Estaba resultando, por lo tanto, un elemento incómodo para intereses privados. Se recuerda que también liberó en Internet documentos que extrajo de PACER, una base de datos de sentencias de los tribunales norteamericanos que cobraba por hoja descargada. En su defensa, dijo que se trataba de información pública y que los ciudadanos tenían derecho al acceso gratuito.
Su gran “delito”, no obstante, fue conectarse al wifi del MIT con su contraseña de la Universidad de Harvard y descargar más de cuatro millones de artículos de la base de datos de JSTOR con un artificio de programación para bajar los artículos uno por uno, pero a una super velocidad.
JSTOR, entonces, empezó a levantar sus quejas contra el MIT y este no tuvo más remedio que instalar cámaras de seguridad en los puntos de conexión a la red. Así fue atrapado Swartz, pero se llegó a un acuerdo por el cual entregó todos los archivos descargados a la editorial. Sin embargo, autoridades federales decidieron arrestarlo y llevarlo a juicio. Su sentencia fue de 35 años de prisión y el pago de una multa millonaria acusado de cometer varios delitos informáticos que, según sus defensores, se trató en realidad de un ensañamiento innecesario del gobierno estadounidense que, en ese entonces, se propuso realizar, como en tiempos de la inquisición, un castigo ejemplar para atemorizar a todos aquellos que blasfemaran contra el dios de nuestra era: el capitalismo en Internet.
Así, mientras trataba de resolver la condena, le abatieron problemas económicos y de salud, sumado a cierta tendencia a la depresión, lo cual lo llevó a ahorcarse en su departamento de Crown Heights, Brooklyn, el 11 de enero de 2013. Tenía 26 años de edad.
¿Y usted qué opina? ¿Cree que Aaron Swartz debe ser considerado un héroe porque, al igual que Alexandra Elbakyan, fundadora de Sci-Hub, arremetió contra una de las grandes editoriales que condicionan el acceso a lo más reciente y avanzado del conocimiento científico? O, por el contrario, ¿le parece que cometió un claro delito al violar normas de acceso a la información, perjudicando, además, la imagen de una institución como el MIT? Puede dejar sus comentarios.