
La muerte nace con la vida, y, en ese tránsito entre la vida y la muerte uno encuentra el amor, que es el gran sosiego de la esperanza de seguir viviendo.
Gerardo Chávez, pintor peruano
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A veces el destino es callado y cruel con las personas buenas. El bibliotecario peruano Augusto Isla Guerreros no debería haber acabado su misión aquí en la tierra a una edad temprana: 31 años. Pero aquel fatídico 30 de marzo de 1980 ya estaba escrito que sería su hora final. A veces la vida se pone dura y nos ofrece historias descarnadas, intensas, de esas que golpean y se quedan en el recuerdo para siempre. Algún día solo seremos palabras, historias que seguiremos contando.
La historia real de un bibliotecario
Su tío don Luis Isla, jefe de la Sala de Ciencias de la Biblioteca Nacional de la avenida Abancay, vio en su sobrino Augusto las condiciones personales para seguir sus pasos y ser un buen bibliotecario. Su sobrino era un joven con ese espíritu de los provincianos con deseos de triunfar en la vida. Era servicial, humilde, solidario y comprometido con las necesidades de la gente. Augusto captó el importante mensaje de sabiduría y de conocimientos que le auguraba su tío si ingresaba a la Escuela Nacional de Bibliotecarios (ENB). Cuando decidió postular ya estaba trabajando en la Dirección de Bibliotecas Escolares como técnico bibliotecario. Ingresó a la ENB con la brillante promoción de 1973-1976; una promoción de todas las sangres que con el tiempo ocupó importantes cargos en prestigiosas bibliotecas públicas, privadas y del extranjero.


Como todo estudiante vivió la emoción de asimilar las enseñanzas de sus maestros. A pesar de trabajar y estudiar se daba tiempo de participar en las tertulias literarias de nuestra maravillosa época con los poetas Juan Ojeda, Javier Huapaya, Aurelio Ortega, Nieves Verástegui y David Yépez. En la escuela Augusto vivió su propia historia de amor platónico… ¿o debo decir real? Yo no sé. Pero recuerdo que una memorable tarde cuando Augusto se ausentó de clases —cosa rara en él—, los varones del salón corrieron el rumor de que Augusto se iba a suicidar por amor arrojándose del antiguo edificio del Ministerio de Educación en el parque universitario. Las crédulas muchachas del salón lloraban pensando que era cierto. Cosa de estudiantes…
Al terminar sus estudios Augusto se gradúo con la tesis Bibliografía comentada de literatura infantil peruana por géneros (Lima, 1978).
Su corta vida laboral
La vida de Augusto Isla se caracterizó por sus cualidades épicas. Aunque partió tempranamente de este mundo, durante sus apenas ochos años de labor dejó un legado de trabajo y mística bibliotecaria, ganándose el respeto y cariño de sus colegas de la Biblioteca Nacional. Trabajó en la Biblioteca Escolar Piloto Don José de San Martín (1972-1978), bajo la jefatura de Edith Araujo de Merino, empezando como auxiliar de biblioteca y llegó a ser jefe de sala. Debido a su entrega y eficiencia fue becado por la OEA para asistir al curso “Preparación profesional de bibliotecarios escolares”, en Medellín, Colombia.

Asesoró a la Unión de Bibliotecarios del CRAS de San Juan de Lurigancho, colaborando en el “Primer curso de introducción a la Bibliotecología” con otros colegas. Las luchas reivindicatorias de los trabajadores de la Biblioteca Nacional no le fueron ajenas, participando activamente por conseguir mejoras económicas y laborales en una etapa en la que la salud ocupacional de los bibliotecarios estaba en alto riesgo, pues no existían estudios que evidenciaran su exposición a los ácaros, polvos, monóxidos y hongos de los archivos, depósitos y almacenes de los viejos ambientes de la Biblioteca Nacional.

Misión en los andes
Luego pasó a trabajar en la Oficina Nacional de Bibliotecas Públicas, dirigida por la notable bibliotecaria Carmen Checa de Silva. Su trabajo requería viajar constantemente a los pueblos cordilleranos, donde el equipo de bibliotecarios cumplía una importante labor de capacitación para los encargados de bibliotecas municipales. En misión de servicio, supervisión técnica y docencia, Augusto Isla visitó provincias, distritos, comunidades y anexos, sacrificando varias veces su vida personal y salud para cumplir con las responsabilidades encomendadas.
Nuestro cuerpo humano es sabio y alerta cuando algún virus asesino se introduce en nuestro organismo; sin embargo, algunos hacen caso omiso a los primeros signos de alarma. Su elevado sentido de responsabilidad lo llevó a tomar pastillas recetadas por el boticario de su barrio para aliviar el persistente dolor de estómago, fiebre, náusea y vómitos que le aquejaba antes de emprender a su última misión.

Augusto no podía fallar a los cientos de provincianos que se habían inscritos para el “II curso de capacitación en Bibliotecología” que debía dictar en el distrito de Chupaca (Junín). Eran profesores, auxiliares, administrativos y encargados de bibliotecas que asistirían desde los confines del valle del Mantaro. Augusto se sentía muy identificado con aquellas personas que como él tenían deseos de superación. Además, ya estaba programado su viaje con anticipación y no le quedó más remedio que tomar el bus rumbo a Chupaca. Mientras el ómnibus subía lentamente la cordillera, Augusto sintió malestar y tomó una pastilla para aliviarse.
Mientras dormía tuvo un sueño que le hizo remontarse a los días de su feliz infancia, cuando con sus nueve hermanos correteaba por los verdes campos de su pueblo natal San Mateo de Huánchor, provincia de Huarochirí, donde nació un 14 de junio de 1949. Augusto era el quinto hijo de sus amorosos padres don Inocente y doña María. Fue entonces cuando revivió recuerdos enterrados desde hacía dos décadas y añoró a sus hermanos Antonio, Teresa, Isolina, Elsa, Irma, Gledy, Nelly, Luis y Rosa; y, sobre todo, a su hija Gisella a quien llamaba cariñosamente “Fresita”. Estas vivencias le anegaron los ojos de lágrimas y le produjeron una tristeza profunda e insalvable.

Estando en Chupaca empeoró a tal punto que ya no pudo soportar el dolor. Todos se alarmaron y la directora de la Biblioteca Nacional María Bonilla gestionó su traslado en helicóptero para ser hospitalizado de emergencia en el hospital Rebagliati de Lima. A pesar de los rezos de sus familiares a los santos de su devoción, los médicos no pudieron salvarle la vida por complicaciones del hígado. Los restos mortales de Augusto fueron velados en el hall principal de la antigua sede de la Biblioteca Nacional, siendo el único bibliotecario que fue acompañado en su hora final por colegas, funcionarios y administrativos de la BNP; además de sus familiares y amigos.
Y ya no lo vimos jamás. Tan solo imaginamos su rosto que emanaba nobleza y humildad en la soledad de nuestros recuerdos. En su tumba yo escribiría: “Aquí yace un bibliotecario que entregó su vida cumpliendo su sagrada misión”.
El año 2000 se inauguró la biblioteca escolar del Centro Educativo Toribio Rodríguez de Mendoza en el distrito Mariscal Luzuriaga (Áncash), en memoria del insigne bibliotecario Augusto Arnaldo Isla Guerreros. Fue la madrina María Bonilla de Gaviria, directora de la biblioteca de la Universidad del Pacífico.

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Nació en Ayacucho. Bibliotecólogo de profesión con más de cuarenta años de experiencia. Narrador de cuentos, autor-editor de cinco obras de corte infantil-juvenil. Colabora en revistas y periódicos de Huaral. Gestor de los blogs: Bibliotecologia & Literatura, Crónicas de Pauza y Huaral Huaralín. Trabaja en la biblioteca del SENATI. Contacto: fpebe9@yahoo.com
Que emocionante y ejemplar semblanza de mi querido amigo y promoción 1,968 del Colegio Nacional de Varones Daniel Alcides Carrión.
Personalmente dejo en mi un gran vacío como amigo y porque no decirlo como un hermano pues así nos tratábamos en nuestros años mozos. Tantos gratos recuerdos invaden mi memoria al recodarlo. Gracias Fernando Pebe por tan hermosa semblanza y homenaje a mi gran amigo.
Orgullo que me invade por las misiones que hizo mi abuelo Augusto. Mi madre y yo, orgullosos de tener tu sangre por nuestras venas. Mirando al cielo y con lágrimas en los ojos, imagino el poder darte un abrazo, querido abuelo.