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El uso de la literatura decrece con el pasar del tiempo, es decir, que cuando la edad de la literatura aumenta y va envejeciendo, se va transformando en menos usada. Es a esta disminución en el uso que en el campo de la Bibliotecología y la Ciencia de la Información (BCI) se denomina obsolescencia de la literatura.
Estadísticamente, la obsolescencia se mide con una tasa de proporción decreciente. Esta tasa de obsolescencia estimada ofrece un panorama de cómo el uso de la literatura en las bibliotecas va disminuyendo conforme pasan los años y muestran recortes precisos en los diferentes niveles de envejecimiento. Este método estadístico ya estaba en marcha mucho antes de la introducción del término bibliometría en 1969.
El término “obsolescencia” apareció en el trabajo de Gross & Gross (1927), cuando los autores analizaron las referencias del volumen de 1926, de la revista Chemical Literature, y encontraron que el número de referencias caía a la mitad después de 15 años. Posteriormente, Gosnell (1943), al presentar su tesis en la Universidad del Estado de Nueva York, postuló la hipótesis de que los libros más viejos tienen menor uso que los nuevos. Sostenía, además, que las causas de la obsolescencia de los libros eran muchas, variando desde la moda hasta la extensión del conocimiento científico, los cambios tecnológicos y los cambios en nuestra civilización.
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Esa línea de investigación continuó con Burton & Kebler (1960), que parafraseando a que “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, postularon que la literatura se convierte en obsoleta pero que no se desintegra; de este modo, la vida-media significa “la mitad de la vida activa” o el tiempo durante el cual fue publicada la mitad de la literatura activa. En la década de los 60 se realizaron diferentes estudios, cuyos resultados fueron también diferentes; por ejemplo, en un estudio diacrónico de los artículos publicados en 1954 de la revista Journal of Physical Chemistry se verificó que el número de las referencias decrecía conforme crecía el año (la edad) de las publicaciones. Esa misma línea de investigación fue continuada en el campo de la ingeniería eléctrica y electrónica; más tarde analizando la literatura del campo de la astronomía. Esos hallazgos indicaban que la literatura envejece con tasas desiguales en los diferentes campos científicos: más rápido en la física y más lentamente en las ciencias humanas. Los entusiastas de los estudios de obsolescencia fueron los ingleses Bertram C. Brookes, Samuel Line y Alexander Sandison.
La obsolescencia de la literatura se puede medir vía las citas recibidas por la literatura publicada, pero también vía la circulación y/o uso de los libros en una biblioteca. Por ejemplo, los que trabajan en circulación y préstamo, los que controlan la circulación de los libros y otros materiales informativos en una biblioteca, a pesar de estar localizados en un área crítica, no han sabido aprovechar las ventajas que ofrecen los datos de la circulación y/o préstamos en las bibliotecas. No han prestado atención al modelo de obsolescencia de la literatura para generar un análisis de la circulación y/o uso de la colección que ofrecería información clave para la toma de decisiones; especialmente las decisiones orientadas al descarte de materiales de baja circulación.
Pero cuando se habla de descarte no se habla de destrucción de la información, ni de tirar a la basura los libros de baja circulación. El descarte, en el sentido de los datos ofrecidos por un análisis estadístico apropiado de la circulación de la colección de una biblioteca, está orientada a mantener esa “literatura” ya identificada como de baja circulación, en espacios especiales y así aligerar la ocupación de espacios en los estantes por libros que ya circulan poco o nada. Estos datos también sirven para orientar la política de digitalización de la biblioteca. Sin embargo, la información correspondiente a los ítems de baja circulación no es removida del catálogo de la biblioteca, pues nunca se sabe cuándo podría ser usada nuevamente. Esa localización en ambientes especiales garantiza su recuperación cuando sean solicitadas.
Pero cuando se habla de descarte no se habla de destrucción de la información, ni de tirar a la basura los libros de baja circulación.
Esta misma “tasa de obsolescencia” de la literatura sirve también para medir qué tan obsoletos o viejos son los libros mantenidos por una biblioteca o unidad de información. Puede incluso ser aplicada por sectores, separando por ejemplo solamente los libros clasificados en las diversas clases del esquema Dewey: Ciencias Sociales, Física, Química, etc. Basta con saber recuperar los datos que ya deben estar organizados y administrados por los softwares usados en esas bibliotecas. Luego organizar los datos según la edad de los libros y estimar la tasa de obsolescencia de los mismos.
Estos mismos datos pueden servir para medir la proporción de libros que tiene la biblioteca en un asunto determinado para atender a los estudiantes según el número de alumnos en cada carrera o programa académico ofrecido por la universidad. En BCI hay muy pocos trabajos de este tipo. Sin embargo, a pesar de su gran utilidad, en el campo de la BCI Latinoamericana, no se le ha prestado la importancia debida y existen pocos estudios.
Para finalizar. ¿Será que los documentos publicados de forma virtual y/o digital no envejecen? Una exploración midiendo la tasa de obsolescencia de los e-books o los PDF de libros o tesis mantenidos en los repositorios de las instituciones aún no ha sido explorada.
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Referencias bibliográficas
Burton, R. E., & Kebler, R. W. (1960). The “half‐life” of some scientific and technical literatures. American documentation, 11(1), 18-22.
Gosnell, C. F. (1943). The rate of obsolescence in college library book collections as determined by an analysis of three select lists of books for college libraries. [Tesis de doctorado, New York University]. ProQuest.
Gross, P. L., & Gross, E. M. (1927). College libraries and chemical education. Science, 66(1713), 385-389.
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Doctor en Ciencia de la Información.
Bibliotecólogo Emérito por la Universidad de California en Riverside (EE. UU.). Participa regularmente en congresos y eventos de la especialidad presentando resultados de investigación en bibliometría, información e ideología, y sociología de la información. ORCID: 0000-0001-5014-801X. Contacto: ruben@ucr.edu
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Rubén Urbizagástegui-Alvaradohttps://www.revistaotlet.com/author/ruben_urbizagastegui/
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Rubén Urbizagástegui-Alvaradohttps://www.revistaotlet.com/author/ruben_urbizagastegui/
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Rubén Urbizagástegui-Alvaradohttps://www.revistaotlet.com/author/ruben_urbizagastegui/
Muy interesante el artículo; sin embargo, la propuesta del autor en referencia al descarte no se ajusta a la realidad. El descarte en las bibliotecas es un proceso que se concibe como una separación absoluta, una depuración del material bibliográfico obsoleto por su contenido, deteriorado o de baja usabilidad, entre otros criterios que determinen su retiro de la colección para su posterior eliminación o donación, de ser el caso.
Este proceso, tiene un tratamiento diferente en una institución pública que en una privada, ya que para la primera las colecciones se conciben como bienes del estado y como tal deben seguir un proceso hasta su descarte final; a pesar de esto, la finalidad del descarte en ambas organizaciones es siempre la misma, expurgar de la colección aquel material bibliográfico que por las características antes mencionadas, no puede seguir formando parte de la colección de la biblioteca.
Urbizagástegui-Alvarado, pone sobre la mesa un concepto que más bien estaría asociado a una especia de segregación bibliográfica o un pre descarte y no a un descarte como tal. En ese sentido, el concepto propuesto está alejado de la realidad de muchas bibliotecas, sobre todo de las Latinoamericanas, las que carecen de espacios suficientes para albergar literatura que ya no es de interés para sus usuarios o su comunidad, o que por el paso del tiempo, el uso y/o la afectación de agentes bióticos, abióticos o factores climáticos, se encuentre deteriorada a tal punto de ser irrecuperable.
Lo manifestado líneas arriba, se hace con mucho respeto hacía el Dr. Urbizagástegui-Alvarado y los colegas que forman parte de vuestra revista.
Atentamente,
El_biblio
Señor El_biblio
Con mucho respeto te respondo, aunque no te presentaste (no das la cara a tus afirmaciones).
La teoría de la obsolescencia de la literatura solo ofrece mecanismos para guiar las prácticas de descarte de las colecciones. La decisión de cómo descartar y qué descartar son prácticas que se ajustan a las decisiones locales. Y depende mucho del tipo de biblioteca.
En 1963, Derek de Solla Price escribió el libro “Little Science, Big Science”, en parte leyendo los microfilmes de la revista Philosophical Transactions of the Royal Society of London. Por esas épocas el microflim era una técnica de preservación de la información contenida en la revista. El objeto-revista, en su materialidad, puede ser “descartado”, pero se preserva su contenido informativo: la información. La información no se crea ni se destruye, solo se transforma: a eso apuntaban Burton & Kebler cuando crearon el modelo de obsolescencia de la literatura.
El libro de Human Poma de Ayala “la nueva crónica y el buen gobierno” no fue usado por más de cien años, si se hubiese seguido la política de El_biblio ya no tendríamos ni su contenido si su objeto-libro. En ese sentido, el modelo de obsolescencia de la literatura NO
«está alejado de la realidad de muchas bibliotecas, sobre todo de las Latinoamericanas, las que carecen de espacios suficientes para albergar literatura que ya no es de interés para sus usuarios o su comunidad, o que por el paso del tiempo, el uso y/o la afectación de agentes bióticos, abióticos o factores climáticos, se encuentre deteriorada a tal punto de ser irrecuperable» (El-biblio)
Más bien ofrece datos para una toma de decisiones más adecuadas de esa literatura llamada de obsoleta. La biblioteca puede descartar el objeto-libro lo que no se recomienda es descartar la «información» contenida en el libro. Para eso existen los mecanismos de conservación y preservación como el microfilm (en el caso de Price) y la digitalización actualmente.
La distribución de Pareto nos dice que lo que circula en la biblioteca solo son 20% de los libros y que el 80% tiene baja o ninguna circulación. Si se aplicase la lógica de “El-biblio”, las bibliotecas se quedaban sin libros. Tendríamos que descartar esos 80%. Lo que no tiene sentido.
Si el libro fuese de un autor extranjero podría pensar que la preservación les correspondería a las instituciones del país de origen del autor extranjero, pero si el libro fuese editado en el Perú y escrito por un peruano, lo que constituiría la memoria del patrimonio nacional, lo pensaría dos veces, pues ese forma de destrucción de la memoria bibliográfica nacional no se justifica nunca. De allí que el modelo solo ofrece sugerencias, guías, indicios, “indicadores” para una tomada de decisión más pertinente. En ciencia no se trabaja con absolutos, menos en la ciencia de la información.