
Eran los años en que el franquismo llegaba a su fin cuando Lluis Anglada estudió filosofía porque siempre le atrajo la lógica. Sin embargo, para los años 70 las ciencias exactas en España estaban aún relegadas, por lo que Lluis decidió buscar un trabajo y lo encontró de bibliotecario. Con el tiempo, le gustó esta disciplina, hizo estudios y hoy es el director del Área de Ciencia Abierta del Consorci de Serveis Universitaris de Catalunya (CSUC). Recientemente publicó para el Profesional de la Información una carta titulada “Reflexiones sobre posibles razones de una minorización profesional excesiva y propuestas para su reversión”. Dicha carta fue la excusa para que nos concediera esta entrevista.
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Usted llegó a la biblioteconomía con su gusto por la lógica. Luego ya fue agarrando interés en esta disciplina. ¿Cuántos años ya?
Muchos porque era muy joven. Debió ser el año 76, haga usted la cuenta… Yo no sé si me lo va a preguntar, pero en todo caso se lo digo: nuestro trabajo es muy gratificante a nivel humano, porque como profesión ves enseguida que puedes ayudar a la gente. Es entusiasmador. En aquel entonces en España había muchas cosas que hacer y quizás ahora sea más difícil porque hemos mejorado, pero estamos hablando de momentos en los que tienes la impresión de que hay un recorrido frente a ti importante y que se puede recorrer con una cierta facilidad. A veces no depende de tu capacidad de correr, sino del terreno que te dejen libre. En el Barcelona teníamos un peruano jugando fútbol que se llamaba Sotil. Yo no entiendo mucho de fútbol, pero si tú eres delantero y te dejan campo libre pues lo que tienes que hacer es aprovecharlo. En los años 70, la biblioteconomía en España tenía un trecho grande por recorrer.
Precisamente en la carta que publicó hace poco en el Profesional de la Información comenta ese contexto post franquismo de efervescencia en la biblioteconomía.
En España ahora estamos discutiendo sobre la dictadura, la transición y la democracia, pero en los años 70 y 80, en muchos casos, se tuvo que partir de cero y personas que en otros contextos por juventud no hubieran ocupado determinadas posiciones, las pudimos ocupar. Nosotros tuvimos unas generaciones de bibliotecólogos más combativos que lo que tenemos en la actualidad. Es una percepción que yo tengo. Creo que el prestigio de una profesión se consigue estando donde tienes que estar y dando soluciones a problemas que son reales y para eso a veces tienes que tomar ciertos riesgos. Aquí tenemos un buen sistema de bibliotecas universitarias en parte porque hubo una generación de bibliotecarios que estando frente de las direcciones de bibliotecas pusieron por delante que había cambios que se tenían que acometer, cambios que conllevan creación de edificios, automatización y un cierto programa. Hubo insistencia y labor colectiva y esto hace también que las cosas avancen porque hacerlo uno solo es muy difícil. Los avances colectivos necesitan un pensamiento colectivo. En catalán decimos “¡Desperta ferro!”. Este era el grito de los almogávares. En el siglo XII y XIII hubo una campaña expansionista de catalanes en el Mediterráneo y nuestros soldados que fueron luego mercenarios iban infundiendo miedo, picando el escudo con la espada y exclamando “¡Desperta ferro!”, produciendo pavor a los enemigos. Pues un poco mi carta tenía esta intención de decir: “¡Despertad porque estamos muy acomodados!”. Insisto que no tiene por qué ser mi apreciación generalizable, pero pienso que en los últimos años España ha tenido suerte, es un país que ha progresado, que ha tenido recursos económicos y a mi entender ha habido una acomodación de los bibliotecólogos a una situación global. Tenemos que estar pendientes a los cambios que se van a producir y anticiparlos.

¿Cómo llega usted a la conclusión de que hay una minorización excesiva de los bibliotecólogos?
Mi artículo tiene voluntad política, busca algo que tenga un componente visual y hablar de profesión minorizada no es despectivo porque no estamos diciendo que es una profesión minoritaria, sino que está minorizada. El concepto es bonito, es sacado de la lingüística y se aplica por ejemplo al catalán que es mi lengua. Mi lengua no es ni mejor ni peor que otras, pero es más pequeña. Pero no solo es minoritaria, sino que a veces se encuentra minorizada porque frente al inglés y al español pues mi lengua tiene menos importancia que su peso. Yo creo que es un buen concepto que se aplica a nuestro caso. Nuestra importancia en la toma de decisiones es menor que la importancia que tenemos en la vida de una universidad. Hablo de una universidad, pero seguramente también de una ciudad con respecto a una biblioteca pública. Fíjese, por ejemplo, que el número de personas con carnet y usuarios activos de las bibliotecas de Barcelona es superior a todos los clubes sociales que existen en la ciudad. Pero si la alcaldesa convocara a las instituciones culturales emblemáticas seguramente se olvidaría de las bibliotecas porque quizás es más importante el Teatro Nacional o el Coliseum. Hasta cierto punto nos tenemos que hacer valer porque de lo contrario no vamos a poder dirigir el futuro. Hay momentos en que tenemos que tener opinión profesional y esta opinión defenderla, y para eso se necesita formación, liderazgo y posicionamiento político.
Hay quienes opinan que no nos deberíamos preocupar tanto por el prestigio de la profesión. Haciendo una comparación, hace 400 años el médico era considerado un matasanos y la literatura nos ha dejado un montón de mofas acerca de los médicos, pero hoy en día es una profesión muy prestigiosa. ¿Debería preocuparnos realmente el prestigio social de la disciplina?

Lluis Anglada
Yo creo que sí, por dos motivos. Primero, la profesión más prestigiosa finalmente repercute de forma directa en el que la ejerce. Ya no es pura valoración social sino incluso un tema económico. El otro problema es que si no tenemos prestigio no podemos defender nuestra posición. Pongamos el caso de la Covid: hay un economista y un médico, ¿qué defienden? Dos cosas muy importantes: la salud de mucha gente y el bienestar económico. ¿Quién va a ganar? Pues no lo sé; están empatados en principio porque tienen un prestigio y un peso parecido. Si no tenemos una profesión con prestigio quien está perdiendo no somos nosotros, sino nuestro punto de vista. Y nuestro punto de vista es uno que defiende a las personas. En una ciudad española, no diré cual, hicieron una gran biblioteca en un monte porque querían realizar una especie de posada. Técnicamente era un error. Si tú tienes una profesión con un prestigio bajo o no te dejan hablar, finalmente levantan una biblioteca en un lugar donde no sirve. O sea que, al final, nuestra repercusión social, nuestra aportación profesional a nuestro entorno, también está minorizada.
Lo que sugiere para levantar este prestigio es formación, politización y agrupación. Cuando se refiere a politización ¿significa participar en política?
Cuando hablamos de política imaginamos presidentes de gobierno y elecciones. No, la política es aquello que nos permite cambiar realidades. Cuando decimos que haremos una política bibliotecaria significa que vamos a intentar ir en una dirección para la cual vamos a realizar determinadas estrategias. Yo por política entiendo eso, una cierta reflexión sobre el futuro que plantea objetivos y la voluntad de llegar a ellos asumiendo riesgos. En España, cuando empecé a trabajar en los años 80, las bibliotecas de facultad estaban muy disgregadas. La disgregación era terrible porque los escasos recursos que había se aprovechaban muy poco; entonces nuestra formulación política fue agrupar recursos. Eso es una política bibliotecaria. Hoy optar por el acceso abierto o no también es político. Insisto: no se trata de derechas ni de izquierdas, sino de plantear objetivos.

«La equidad en el acceso a la información nos comporta la defensa de la libertad intelectual y el acceso abierto… ¿Todo esto qué hace? ¿Que podamos cambiar el mundo? Pues no. Pero sí que ejercemos un papel de influencer, como ahora se le llama».
Lluis Anglada
Interesante aclaración. Para cambiar de tema, lo siguiente surgió de la conversación que tuve con un amigo que lee sus artículos. Incluso la primera vez que leí un artículo suyo fue por recomendación de este amigo. Él trabaja en una biblioteca universitaria y me sugirió esta pregunta. Hay voces en España de que hay un excesivo uso de los indicadores bibliométricos para los sistemas de evaluación, tanto para ejercer la docencia, para obtener un puesto en la universidad, para postular a una beca… para todo. Mientras tanto hay países que salen un poco de eso y proponen otras formas de evaluación que no se centren solo en el impacto académico, sino también, por ejemplo, en el impacto social. ¿Cuál es su posición al respecto?
Tenemos que huir de la dictadura de los indicadores bibliométricos. El que estamos usando es un indicador que en su momento no fue concebido para esto. Se trata del factor de impacto de las revistas que es una derivación… Bueno, ahora no se lo voy a contar, pero en principio fue un invento que se pensó para encontrar información. Era una buena idea, pero lo que era algo orientativo se ha convertido en un universo único y este es un gran error. Lo primero es que estamos utilizando indicadores basados en revistas básicamente de la Web of Knowledge y Scopus. Web of Knowledge recoge 16 mil revistas y Scopus veintipico. Revistas científicas en el mundo hay entre 70 y 80 mil. Quiere decir que, en el mejor de los casos, por cada revista que está dentro de Scopus hay tres que no están. ¿Significa eso que por cada revista que hay en el mundo hay tres que no valen? Luego resulta que de los que están en Scopus nos quedamos solo con los que están en el primer cuartil. No tiene sentido. Es práctico y funciona muy bien porque es una cosa mecánica. Lo que estoy diciendo es que estoy claramente en contra, como tanta gente, no soy nada original en esto.
¿Qué se puede hacer?
Lo que hoy se propone, y parece que tiene sentido, es que se tendría que medir el valor de alguien por su adecuación a lo que tiene que hacer. Pero tenemos que ver que esto es más fácil decir que de hacer. Es muy difícil aplicarlo de forma generalizada y homogénea, además que los criterios que podemos decir cualitativos pueden fácilmente esconder preferencias personales y corrupciones. Esto es muy difícil de corregir, pero lo tenemos que corregir. Es como dejar de fumar. Yo no creí nunca que el mundo dejaría de fumar de forma mayoritaria y se consiguió, y espero que podamos revertir el efecto climático y la pobreza. Tenemos que confiar en que hay problemas que se pueden cambiar. No va a ser fácil, pero tenemos que insistir en la necesidad del cambio y realizar pequeños pasos que nos acerquen. Por ejemplo, en la bibliometría de momento no podemos hacer grandes cambios, pero hay muchos indicadores que se pueden añadir al indicador utilizado de forma mayoritaria. Pero también decirle que el cambio en la evaluación tiene un impacto y un coste muy importante. En principio una evaluación cualitativa puede asumir un incremento de costes de al menos cinco veces más que la evaluación que se hace ahora. Estuve en una reunión con una agencia financiadora que está en Barcelona que gasta 60 millones en financiar proyectos de investigación. Financia a muy pocos por lo cual puede hacer procesos de evaluación que no son cuantitativos. ¿Cómo lo hace? Con evaluadores externos. Pero claro, son procesos evaluativos muy caros. Pienso que la solución pasa por dar más autonomía a los centros, que sean estos los evaluados de forma global y que sean los rectores quienes deban responsabilizarse de mejorar la calidad global, mejorando las individualidades de las que se compone el todo.

En el Perú hay una Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria y para evaluar a las universidades también se sirve de los rankings y estos a su vez evalúan con base en indicadores bibliométricos. Para acabar con esto habría que romper el sistema y eso no es fácil.
Estamos criticando mucho a las grandes editoriales, pero el nudo, el punto de ruptura es la evaluación. Lo que ha hecho que Elsevier tenga gran poder es que todos queremos publicar ahí —estoy simplificando—. Yo tengo un hijo que tiene 30 años y está haciendo un postdoctoral. Es como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Cuando habla de persona a persona está a favor del acceso abierto, pero cuando habla de su futuro lo que quiere es publicar en Nature porque eso le da más oportunidades. Esa es la realidad. Los bibliotecarios aquí tenemos un papel más secundario. Lo que hemos hecho nosotros es hacer mucho de abogados, de advocacy, de fomentar que existan cosas distintas, pero al final las agencias evaluadoras y certificadoras tienen un papel fundamental.
Hace poco dos nuevas revistas peruanas entraron a Scopus y uno dice qué bueno, están entrando revistas de acceso abierto, pero el negocio sigue en los indicadores…
Eso en España también se ha hecho… Es un sistema que nadie lo quiso así, pero finalmente funcionó muy bien porque ha creado un club de exclusividad donde todos nos peleamos para entrar. Pero la solución no es que entre más gente, porque quienes conservan este corralito lo mantienen siempre dejando fuera a muchos, lo que les permite que sea un bien deseado y que tú pagues. El tema no es conseguir estar dentro. El tema es que esté dentro todo el mundo. Yo creo que esto va a reventar y lo va a reventar Google. El día que alguien vea que finalmente las citas de Google tienen imperfecciones, pero compensan las citas de Web of Knowledge, ¿quién va a comprar las citas de Web of Knowledge? Déjeme matizar. Hay cosas que funcionan para la física, la química, pero en cambio no funcionan para muchas otras áreas. Estamos haciendo rankings con disciplinas que cuadran mal, que se crearon para las ciencias duras.

Ahí nosotros podríamos someter nuestra perspectiva al debate público y eso fortalecería la voz del bibliotecario.
Si te opones al statu quo recibes opresión. La equidad en el acceso a la información nos comporta la defensa de la libertad intelectual y el acceso abierto… ¿Todo esto qué hace? ¿Que podamos cambiar el mundo? Pues no. Pero sí que ejercemos un papel de influencer, como ahora se le llama. Estamos influenciando abriendo frentes, hablando de temas, empujando en determinadas direcciones, creando repositorios, etcétera. Pero para esto, insisto, debe haber una explicitación de nuestra esencia profesional. En principio lo que debes hacer es asegurarte tu sueldo y sustento mensual, pero una profesión tiene un valor que va por encima de eso. No quiero decir que siempre se pueda ejercer, pero este valor que va más allá es un valor que tenemos que poner en funcionamiento y eso es tener una visión política. Y para tener una visión política tenemos que tener una buena formación y prestigio, porque al final qué voy a saber qué política es correcta si no sé nada. Además, tengo que tener la fuerza para hacerlo, y la fuerza es la agrupación.
Persuadir…
La agrupación alrededor de un programa común es lo que de alguna forma nos da credibilidad. Si estuviéramos en una mesa redonda, muchas veces lo que queremos es destacar con lo cual en vez de buscar una aproximación a lo que usted piensa, lo que busco es diferenciarme porque así me hago más importante. Eso queda bien a nivel de espectáculo, pero a efectos prácticos, que es para conseguir avances, no queda bien. Lo que funciona es tener fuerza colectiva.

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Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medio Ambiente y Salud por la Universidad Carlos III de Madrid. Licenciado en Bibliotecología por la UNMSM. Áreas de interés: periodismo científico, repositorios institucionales e industria editorial. Contacto: cesar_023@hotmail.com